Biodiversidad 2.0

Celebrando a Jane Goodall (1934-2025).

Durante los últimos 100 años hemos pasado de ver documentales en blanco y negro sobre la fauna, hechos por cineastas aventureros, a adosar cámaras miniatura al cuerpo de animales silvestres para que ellos mismos filmen el mundo desde su perspectiva.

No se trata solo de un avance tecnológico muy significativo, sino parte de un proceso de reflexión ética que inició cuando los primatólogos, hoy celebrando la trayectoria de Jane Goodall, demostraron la cercanía cultural que existía entre chimpancés, gorilas, bonobos y los seres humanos.

Suena raro hablar de culturas animales, puesto que el concepto ha sido reservado para nuestra capacidad creativa como seña particular de la especie sapiens, pero las investigaciones lideradas por antropólog@s y etólog@s como ella, mostraron no solo la capacidad de aprendizaje de muchos otros monos, sino su sensibilidad emocional.

Poco a poco nos dimos cuenta que delfines y ballenas también expresaban rasgos de profundas inteligencias y cada vez que observamos divertidas las interacciones de los animales en la miríada de videos que circulan por Instagram (muchas falseadas, es cierto), no dejamos de sorprendernos de lo poco que sabemos sobre la inteligencia y sensibilidad de los animales no humanos.

Goodall nos enseñó a no tratar las demás especies como objetos, sin caer en el efecto peluche, y ayudó a consolidar por décadas un código de comportamiento para nosotros, los monos más recientes del planeta, los únicos capaces de erradicar la vida o hacerse cargo de ella en un acto de conciencia que aún no acaba de hacerse evidente.

Las perspectivas más innovadoras de investigación acerca del comportamiento de los animales en vida libre o en cautiverio incluyen cada vez más dispositivos de seguimiento permanente a sus actividades, revelando patrones de interacción que solo los más diestros cazadores o sabedores indígenas conocían y sistematizaban en sus propias ecologías, llenas de cantos rituales, historias divertidas o edificantes, extensas y sofisticadas crónicas del pensamiento donde no se necesitan los papers en las revistas indexadas para demostrar un profundo conocimiento del mundo, y con ello, unos preceptos sagrados para compartirlo.

Las imágenes de los satélites, cotidianas y al alcance de casi todos, los drones de investigación, las fotos de las cámaras trampa que nos llenan de alegría, las grabaciones sonoras, las sondas de DNA, son algunos de los dispositivos que hoy producen millones de datos que con la ayuda de ordenadores y la IA nos están revelando patrones inusitados en los ecosistemas y, en particular, las respuestas que el planeta configura para ajustarse a la presencia del más perturbador de sus componentes, nosotros.

En esa conversación computacional escuchamos las voces de la evolución resonar en los metaversos donde vuelven a aparecer, tal como William Gibson predijo en su “Neuromante”, no como metáforas, sino como señales de la complejidad creciente de la biósfera, expansiones de la conciencia de la vida que este primate aún aprende a usar en los videojuegos, las comunidades de interés en gastronomía, las artes o experiencias de viaje, o en el sexo virtual, que con el tiempo revelarán todo su potencial para la constitución de una cultura ciborg sostenible.

Al menos eso creemos quienes hemos seguido de cerca las aventuras del mono que aprendió a fabricar herramientas de hueso y acabó haciendo columnas de opinión sobre ecología en un diario económico…