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Así como el libro “Más Platón y Menos Prozac” ayudó a destacar la utilidad de las viejas ideas de la filosofía para superar dificultades personales, un “Más Porter y Menos Mazzucato” puede apoyar a superar dificultades socioeconómicas con respaldo en sólidas ideas del pasado que han funcionado.
Es innegable la moda del nuevo dirigismo estatal promovido por la historiadora y maestra en economía, Mariana Mazzucato. En resumen, con una aspiración de neutralidad política, plantea una renovación del capitalismo a través de un rol protagónico del Estado en el direccionamiento activo de la economía. El Estado estaría llamado a liderar “misiones” que conduzcan a la planificación de la innovación, inversión, crecimiento y generación de valor, en colaboración con el sector privado. En sus escritos destaca algunos ejemplos de “misiones” exitosas en la generación de valor como la llegada a la luna, el desarrollo de los sistemas de salud (NIH) y defensa (Darpa) estadounidenses o la renovación energética alemana.
Su principal mérito es darle un aire de frescura, neutralidad y novedad a una idea que es tan antigua como las primeras civilizaciones humanas: la planificación centralizada de los esfuerzos de la sociedad. Sin embargo, el sesgo de selección y la generalización indebida son quizá sus mayores debilidades argumentativas. La posibilidad de que el dirigismo económico estatal conduzca a fracasos descomunales y a un colectivismo que mine las libertades económicas y, posteriormente, las demás libertades, es mucho más evidente históricamente que los posibles éxitos de estas “misiones”. No es necesario acudir a los trillados desastres de China, la Urss o Latinoamérica de mediados del siglo XX para resaltar sus desatinos. Dos contundentes ejemplos recientes muestran los peligros de esta teoría hecha realidad.
Primero, en China el creciente intervencionismo del Partido Comunista en el sector de tecnología ha conducido a un gran desperdicio de recursos públicos (US$2,3 billones solo en 2022) que poco han logrado frente a lo esperado y a una destrucción de dos billones de dólares de valor de mercado de sus gigantes tecnológicos en apenas un año, según el artículo “El Estado Incubador” de The Economist. Segundo, la apuesta del “Chips Act” de Estados Unidos por aumentar la capacidad instalada de microprocesadores ha desembocado en una sobreoferta en el mercado que ha causado una pérdida de valor de mercado de US$1,5 billones de los productores de semiconductores, una reducción de 20% en ventas de líderes del mercado como AMD y a despidos de miles de trabajadores en Intel, como destaca el newsletter The Bottom Line.
Desligarse de la lógica de oferta y demanda o del incentivo de eficiencia que da el lucro no es generalmente una buena idea. Sin embargo, criticar es fácil; lo difícil es hacer, como ha podido comprobar el actual gobierno. ¿Qué camino debe seguir entonces Colombia para reactivar el crecimiento? No hay que inventar el agua tibia. Ya siendo un clásico atemporal, en 1996 el maestro de la estrategia Michael Porter, en su obra “Ser competitivo” sentó las bases del rol esencial del Estado de promover dinámicas que fomenten una economía de mercado sana, fundada en los beneficios de la competencia y no en el dirigismo del “Estado emprendedor” de Mazzucato. En la próxima columna detallaré cómo el Estado puede aportar con contundencia a la prosperidad del país sin degradar fácilmente su actividad en un colectivismo nocivo, que atrae a los populistas y que, con alta probabilidad, conduce hacia la ineficiencia, el proteccionismo, la arbitrariedad, el clientelismo y la corrupción.