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Analistas 19/10/2022

El camino de servidumbre colombiano

Andrés Felipe Londoño
Asesor en transformación digital legal de servicios financieros

En plena Segunda Guerra Mundial (1943) Friedrich Hayek, premio Nobel de Economía, publicó la obra maestra “El camino de servidumbre” para advertirle al mundo sobre los peligros del colectivismo, entendido como “la organización deliberada de los esfuerzos de la sociedad en pro de un objetivo social determinado”. A pesar de que creíamos superados sus horrores, hoy el mundo enfrenta una nueva era de colectivismo, y, con el progresismo en el poder en Colombia, hoy más que nunca son relevantes las advertencias de Hayek:

Primero, el nombre de la especie del colectivismo es irrelevante; lo importante son sus consecuencias en la sociedad. Cada especie -llámese comunismo, socialismo, nazismo o progresismo- “difiere entre sí por la naturaleza del objetivo hacia el cual desea dirigir los esfuerzos de la sociedad. Pero todas ellas difieren del liberalismo y el individualismo en que aspiran a organizar la sociedad entera y todos sus recursos para esta finalidad unitaria, y porque se niegan a reconocer las esferas autónomas dentro de las cuales son supremos los fines del individuo. El objetivo social o el designio común, para el que ha de organizarse la sociedad, se describe frecuentemente de un modo vago como el “bien común”, o el “bienestar general”, o el “interés general”. No se necesita mucha reflexión para comprender que estas expresiones carecen de un significado suficientemente definido para determinar una vía de acción cierta.” En la persecución del “vivir sabroso”, la “justicia social” y “hasta que la dignidad se haga costumbre” está el fundamento siempre gaseoso del colectivismo.

Segundo, el colectivismo conduce a la destrucción del Estado de Derecho. A través del direccionamiento activo de la economía y la creación de privilegios para sectores elegidos arbitrariamente se destruye la igualdad formal ante la ley, la cual “es incompatible con toda actividad del Estado dirigida deliberadamente a la igualación material o sustantiva de los individuos y que toda política directamente dirigida a un ideal sustantivo de justicia redistributiva tiene que conducir a la destrucción del Estado de Derecho”. A medida que se extiende la intervención “se hace normalmente necesario adaptar con referencia a lo que es justo o razonable un número creciente de disposiciones legales” que cada vez más deben atender situaciones particulares, dejando de lado la neutralidad de la ley. Cada vez hay un rol más activo de las diversas autoridades administrativas para “tomar e imponer decisiones en circunstancias que no pueden preverse y sobre principios que no pueden enunciarse de forma genérica.” Por ello, “cuanto más planifica el Estado más difícil se le hace al individuo su planificación.” La arbitrariedad y la incertidumbre son la constante en el colectivismo. Y sí, no es Ocampo; el “enemigo interno” es el Estado de Derecho.

Tercero, el colectivismo conlleva la imposición de una visión holística que mina la libertad económica. Hayek destaca cómo la “ilusión del especialista” lleva a la sociedad hacia una misión integral que termina destruyendo la iniciativa privada. Sobre ello muestra cómo “los hombres más ansiosos de planificar la sociedad serían los más peligrosos si se les permitiese actuar, y los más intolerantes para los planes de los demás. Del virtuoso defensor de un solo ideal al fanático, con frecuencia no hay más que un paso”. Una de sus conclusiones más impactantes es que “difícilmente habría un mundo más insoportable -y más irracional- que aquel en el que se permitiera a los más eminentes especialistas de cada campo proceder sin trabas a la realización de sus ideas.” Esto es lo que vemos en el día a día de la nueva Colombia colectivista.

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