MI SELECCIÓN DE NOTICIAS
Noticias personalizadas, de acuerdo a sus temas de interés
La triada libertad, igualdad y fraternidad ha contribuido, de manera parcial y no exhaustiva, a cincelar los relatos de la civilización occidental.
Griegos, romanos, cristianos, modernistas, masonerías, marxistas, han apelado a esta triada para sugerir, en unos casos, e imponer en otros, idearios y propuestas que atañen al desarrollo existencial y a las cosmovisiones de personas, sociedades, Estados, pueblos y naciones.
La triada, desde su vocación virtuosa, ha devenido en tridente del diablo.
Arriesgar esta imagen, tiene más de sentido lúdico y metafórico, que vocación moralista, catastrofista y apocalíptica. En el genoma de quien escribe estas letras, no hay espacios, ni tiempos, para tristezas, desesperanzas, ni estériles escepticismos petrificantes.
La libertad ha devenido en libertinajes irresponsables quedando atrapada en los absolutismos de individualismos atomistas, mecanicistas, relativistas; predicando rabiosamente, que solo el mercado con sus agrestes competencias, es el único garante de sus anheladas posibilidades.
La igualdad ha devenido en igualitarismos homogenizantes quedando atrapada en colectivismos monolíticos y monotemáticos, predicando de manera igualmente rabiosa, que solo el Estado es el único garante de la cuestión social, a punta de crecientes e insostenibles subsidios.
La fraternidad ha devenido en sectarismos identitarios, incapaces de reconocer la voz de los otros, haciendo de la propia identidad un tribalismo fragmentador, arrogándose a favor suyo, más derechos y menos deberes, que aquellos que se reconocen y exigen a otras formas de identidad comunitaria, social y ciudadana.
Estos fenómenos son concomitantes con prácticas de comunicación social, política y cultural, rebosantes de suspicacias, toxicidades y polarizaciones, que impiden avanzar hacia comunidades de propósito como países y comunión de sentido como naciones.
Las crisis de las democracias en Occidente se entreveran con el tridente del diablo, así como con la crisis de la comunicación social, política y cultural.
La sostenibilidad de las democracias pasa por entender la necesidad de que la libertad evolucione hacia sentimientos, actitudes, hábitos y aptitudes que promuevan y ejerzan autonomías responsables y creativas; que la igualdad evolucione hacia la promoción y garantía de la digna diversidad, y que la fraternidad a su vez, avance hacia una ética de la solidaridad, con sentido de la otredad y la empatía.
En este propósito, el bien común es el horizonte, la dignidad de las personas y de las comunidades es el principio.
Esta apuesta convoca a personas de buena voluntad y es un proyecto que implica pensar globalmente y actuar localmente.
Demanda esperanzas que se forjan en las canteras de la voluntad y exigen trascender escepticismos que imponen esas inteligencias capaces de denunciar todo, pero estériles a la hora de proponer y anunciar caminos y posibilidades de futuro.
Se requiere la necesaria dosis de fe, razón y sensibilidad para avanzar consecuentemente en los giros lingüísticos, éticos y de la praxis social, económica, política y cultural que aquí se sugieren.