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Cuando fui director general del Departamento Administrativo Nacional de la Economía Solidaria, Dansocial, entre los años 2002 y 2006, en la administración del presidente Álvaro Uribe Vélez, tuve la grata ocasión de sostener un diálogo profundo con doña Nydia Quintero sobre la pedagogía de la solidaridad en Colombia. De ese encuentro, el diario El Espectador hizo una publicación en fecha que se escapa a mi memoria.
Lo que sí recuerdo, con el alma y el corazón, fue el tono afectuoso y venerable de doña Nydia para hablar de actitudes, hábitos y prácticas de solidaridad en un país como Colombia.
Por razones de mi trabajo llegué al conversatorio con doña Nydia con un arsenal de teorías, conceptos y autores en mi cabeza: el “derecho solidario” , la solidaridad en el pensamiento social de la Iglesia Católica, Habermas, Richard Rorty, Razzeto entre otros autores, así como reflexiones alrededor de algunos temas de coyuntura sobre beneficios tributarios a organizaciones cooperativas, articulación de acciones con fundaciones, voluntariados y formas empresariales de la acción comunal.
Fue muy deferente doña Nydia en su capacidad de escucha conmigo, lo que es apenas natural¬. Se trataba de un ser que desde 1978 venía convocando y liderando a toda la sociedad colombiana, alrededor del sentimiento de solidaridad para adelantar acciones de alto impacto social; tenía claridad y consciencia que el verbo más parecido al acto solidario, al igual que con el acto de amar, es escuchar.
Cuando doña Nydia empezó a promover el valor y la práctica de la solidaridad en 1978, en calidad de Primera Dama de la nación, el Papa Juan Pablo II, gran promotor de la solidaridad como valor cristiano, apenas iniciaba su pontificado y sus encíclicas Laborem Exercens y Sollicitudo Rei Socialis aún no habían sido publicadas.
Esto confirma la capacidad visionaria de doña Nydia, que con un lenguaje sencillo y una acción tesonera, convirtió el valor de la solidaridad en oportunidad de estudios básicos de primaria y media, así como universitarios, a decenas de miles de jóvenes colombianos, al mismo tiempo que en motivo de alegría para muchas personas naturales y organizaciones, que a través de la invitación permanente de doña Nydia, encontraron el sentido edificante de ejercer su derecho a solidarizarse.
En tiempos en que Colombia necesita el bien común como horizonte de posibilidad, la dignidad de la persona como principio, la solidaridad como ética y al respeto a la vida como estética, el legado de doña Nydia se erige como ejemplo inspirador, motivo de gratitud y referente para presentes y futuras generaciones.
Doña Nydia vivió en carne propia los rigores de la violencia en Colombia; su hija fue vilmente asesinada y hoy su nieto Miguel libra una lucha por la vida, que los colombianos sentimos como propia.
Su pundonor para llevar consigo esas circunstancias penosas, también deja grandes enseñanzas y reflexiones al país.
Doña Nydia, Dios la bendiga, descanse en paz y ayúdenos a que Miguel vuelva con nosotros.
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