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Dudo que alguno de los que estamos vivos en este momento vayamos a experimentar un año más bizarro que 2020 antes de que la providencia nos lleve a otra dimensión. Lo dudo mucho, porque lo que sucedió en 2020 es un evento que debería ocurrir solamente una vez cada siglo, y segundo, porque la evidencia empírica está demostrando inequívocamente que los confinamientos no resultaron efectivos en disminuir la proporción de decesos en los países. Por lo tanto, y quizás peco de optimista, quiero pensar que en el futuro las sociedades se negarán a aceptar que los gobiernos apliquen políticas que quebrantan la libertad sin tener evidencia sólida.
Según un fascinante estudio matemático de Savaris, Pumi, Dalzochio y Kunst, publicado en la revista Nature (https://www.nature.com/articles/s41598-021-84092-1.pdf), las políticas atadas al famoso #QuedateEnCasa solo lograron disminuir la incidencia de mortalidad en 1,6% de los casos estudiados, que viene siendo lo mismo que decir que el quédate en casa no tuvo incidencia alguna en 98,4% de los casos. Además, como algunos de nosotros hemos argumentado hasta más no poder y a un inmenso costo personal, el #Quedateencasa no es gratis, pues genera inmensos daños colaterales. Para presentar solo un ejemplo, Fedesarrollo estima que las medidas que se tomaron para contrarrestar la pandemia en Colombia forzaron a que más de 6% de la población, unos tres millones de personas, cayera nuevamente en la pobreza. Mejor dicho, en seis meses se perdieron las victorias sociales de una década.
No me malentiendan. Si la evidencia empírica demostrara que los confinamientos salvan vidas, yo estaría completamente de acuerdo con seguir esa ruta de política pública, sin importar el costo social y económico. Pero la evidencia es clara en que esa no es la realidad. Como argumenta Lemoine en otro robusto estudio sobre la incidencia de mortalidad en la Unión Europea (https://cspicenter.org/blog/waronscience/the-case-against-lockdowns/), haciendo hincapié en comparar los casos de, entre otros, Francia, Italia, España, y Suecia, “desde entonces hemos aprendido que, cualquiera sea el efecto preciso que tengan los cierres y otras restricciones estrictas, no es tan grande como para que pueda captarse en los datos, como seguramente lo sería si las restricciones tuvieran el efecto muy grande que afirman los defensores del confinamiento. En particular, no es el caso de que la alternativa a los encierros sea la inmunidad de rebaño, porque en la práctica la incidencia nunca crece durante mucho tiempo, incluso en ausencia de restricciones estrictas. Si bien es plausible que, sin restricciones estrictas, la incidencia comenzaría a caer un poco antes y más rápido, los datos muestran muy claramente que siempre comienza a disminuir mucho antes de que se alcance el umbral de inmunidad colectiva con o sin confinamiento”. En mayo de 2020, el presidente Alberto Fernández les dijo a los ciudadanos en tono vehemente que bajo su mandato no se iba a permitir que “Argentina se convirtiera en otra Suecia”, y que por lo tanto se mantenían las prohibiciones que los niños salieran a jugar al parque y que los mayores salieran a trotar. Diez meses después queda claro que Argentina no se convirtió en otra Suecia, sino que la superó en la incidencia de muerte por millón entre octubre 2020 y enero del 2021, y que lo hará nuevamente una vez llegue la primavera a Suecia.