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Narran los abuelos que el Centro de Medellín en su época era el punto de encuentro por excelencia de los antioqueños.
Calles limpias, comercio organizado, pocos vehículos y una arquitectura imponente hacían del centro el lugar ideal para todo. En ese entonces las más importantes citas de amor, reuniones empresariales y encuentros sociales tenían lugar en este punto de la ciudad.
Con el pasar de los años su deterioro se hizo evidente. Las familias que lo habitaban, se desplazaron a otros barrios, la llegada masiva de desplazadas por la violencia, la mendicidad, la alta congestión vehicular y comercial comenzó a darle otra cara al lugar. El centro poco a poco fue perdiendo su “centro”. Fenómenos como la contaminación, la prostitución y la inseguridad llegaron a completar el triste panorama.
De aquel paraíso que describen nuestros antepasados, -poco o nada existe hoy en la mente de las nuevas generaciones-. El temor, la inseguridad, el afán, el miedo y un cúmulo de sensaciones se apoderan de visitantes locales o turistas cuando se aventuran a recorrerlo.
Sin embargo, la ciudadanía ha despertado conciencia respecto al cuidado de lo público y de los lugares emblemáticos de la ciudad. En parte, gracias a que “Medellin está en el mapa global” como un gran destino para nómadas digitales y ciudadanos del mundo.
La amabilidad de las personas, su cultura alegre, la conectividad, el sistema de transporte, el networking, el clima, las lindas mujeres, la propuesta gastronómica y de entretenimiento, un amplio portafolio de turismo de ciudad, rural y de aventura hacen de nuestra ciudad un destino bastante atractivo.
Hace poco tuve la oportunidad de caminar por el centro y no dejé de sorprenderme con esas “joyas” perdidas entre la contaminación visual y auditiva. Esas que por poco se hicieron invisibles ante el miedo que tenía de ser raptada. Sin embargo, fue el Palacio Nacional el que robó mi atención con su imponente arquitectura, lujosos materiales y de crear la sensación en mi de estar en otro país. El Palacio Nacional es una construcción que narra las historias más increíbles de nuestra ciudad.
Entrar a este icónico lugar genera una increíble experiencia cargada de múltiples sensaciones. Primero, traspasar la barrera de la batalla visual (congestión vehicular, ventas callejeras, transeúntes en exceso y basura por montones) y la auditiva (música de todos los géneros, perifoneo cada tres pasos, pitos de carros, etc), para dar paso a una experiencia radicalmente diferente con una imponente arquitectura llena de exquisitos detalles que datan de una época en la que este lugar era habitado por importantes personalidades de la ciudad, el mismo que hoy es ocupado por tiendas de productos deportivos.
Por error subí hasta el tercer piso y allí me atrapó la magia y el encanto de un lugar exquisito, lleno de finos detalles, obras de arte, restaurantes y cafés a la altura de un verdadero palacio real.
El Palacio Nacional más que un centro comercial o una imponente galería de arte es una de esas joyas arquitectónicas que no debemos dejar de visitar quienes creemos en la recuperación del centro de Medellín como punto de encuentro por excelencia.