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Los medios de los negocios se iluminaron recientemente con la noticia de que Steve Ballmer, el amigo universitario de Bill Gates que trabajó junto con él para crear Microsoft y que heredó el cargo de CEO, dejaría la dirección ejecutiva el próximo año. Vale la pena dar un paso atrás para ver de qué se trata todo este parloteo.
Ballmer está siendo condenado o defendido únicamente por la serie de productos innovadores (o no) que sacó al mercado bajo su mando. La gran lección que otros CEO deberían llevarse es que así es como también serán juzgados.
Desde hace mucho sabemos que actualmente el nombre del juego es la innovación. Hemos sabido incluso desde antes que nuestras organizaciones viejas no están preparadas para destacar en la innovación. Pese a ver el problema, muy pocos CEO han pensado seriamente en cómo deberían reinventar sus organizaciones si la innovación importa más que cualquier otra cosa. Bueno, ¿adivine qué?: así es.
Se pueden hacer otras dos observaciones sobre la autopsia pública de la carrera de Ballmer: pudiera constituir otra pequeña forma en que el finado CEO de Apple, Steve Jobs, dejó su marca en el universo. Y al final, pudiera tratarse más sobre nosotros que de Ballmer, o cualquier CEO.
No puedo recordar que la gente se obsesionara tanto con el legado de un CEO antes que el deterioro de Steve Jobs forzara la cuestión en su caso. Pero sospecho que no será el último CEO saliente que pondremos bajo un reflector brillante. Y también predigo que la atención no sólo seguirá a salidas titánicas en el sector tecnológico.
Durante su estadía, liderará seminarios sobre metodologías cualitativas de investigación dirigidos a estudiantes de pregrado, maestría y doctorado
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