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Analistas 17/06/2017

Economía compartida: explotación o progreso

Javier Villamizar
Managing Director
La República Más
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Uber, Airbnb y Deliveroo son algunas de las empresas que ocupan titulares hoy en día. En la mayoría de los casos sucede por la naturaleza disruptiva de sus modelos de negocio, en otros por la peculiar cultura organizacional detrás de ellas.  Estas jóvenes compañías que alcanzan valoraciones nunca pensadas, han provocado un terremoto en el mundo de los negocios, sacudiendo el “status quo” de las respectivas industrias tradicionales. Uber empodera a conductores para utilizar sus vehículos como medio de transporte público, Airbnb convierte personas y familias en operadores de hotelería en sus propias casas y apartamentos y Ubereats y Deliveroo habilitan a millones de individuos para ser mensajeros que entregan comida usando bicicletas, automóviles y motocicletas personales.

 A raíz del crecimiento exponencial y acelerado de estas y otras compañías, con inversionistas poderosos y mucho capital detrás de ellas y su esfuerzo para hacer tambalear los cimientos de mercados e industrias centenarias, se han generalizado los términos economía compartida o colaborativa, para describir estos modelos de negocio que van mas allá de ser una simple moda pasajera. Estas compañías han puesto en jaque a gobiernos locales y nacionales y han iniciado un cambio que tendrá efectos serios y a largo plazo en la economía global tanto en países desarrollados, como Estados Unidos y Europa, como en mercados emergentes, en Latinoamérica, África y Asia.

Una encuesta reciente organizada por el Aspen Institute y la revista Time en los Estados Unidos indica que para finales de 2016, mas de 45 millones de estadounidenses han trabajado en alguna de las compañías de la economía compartida y dos de cada cinco adultos en el país son usuarios de estos servicios. 

 El efecto positivo que este tipo de empresas brinda al mercado es innegable debido al nivel de eficiencia que logran a través de plataformas tecnológicas que conectan usuarios y proveedores independientes de servicios. Desafortunadamente existe un lado negativo que suele dejarse de lado y es la forma en que esta nueva economía digital erosiona o transforma de manera brusca la relación tradicional entre empleados y empleadores.  Los prestadores de servicios de transporte afiliados a Uber, por ejemplo, no guardan ninguna relación laboral con la compañía,  no reciben ningún tipo de prestaciones, servicio de salud ni son incentivados a contribuir a un fondo de retiro o de pensión. El mantenimiento y cuidado de los automóviles, sus herramientas de trabajo, es responsabilidad única y exclusiva del prestador del servicio. Para las empresas detrás de las aplicaciones esto simplemente representa un ahorro inmenso de costos de operación comparado con los que incurren las empresas tradicionales que prestan servicios similares. 

 Esta nueva economía ofrece más libertad y flexibilidad a cambio de una menor seguridad laboral. Todos los participantes son “freelancers” que venden su tiempo y su trabajo a través de una plataforma electrónica motivados por la aparente facilidad de ganar dinero sin tener que sufrir el proceso de buscar un empleo y de cumplir un horario. Es importante preguntarse que tipo de cambios legislativos deberían institucionalizarse para modificar este aparente equilibrio. Seguramente al igual que los gremios, asociaciones y sindicatos que fueron naciendo de la industrialización de hace un par de siglos, empezaremos a ver como estos jugadores de la economía compartida se empiezan a organizar con el fin de evitar terminar en una situación precaria de explotación laboral.

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