Incluir no es una carga ni un gesto simbólico. Es una apuesta por el país que queremos: uno donde nadie quede atrás, donde cada talento cuente y donde la diversidad sea motor de prosperidad
El desamor corporativo duele sí. Rompe, por supuesto. Pero también libera. Y en esa libertad volvemos a ser poderosas versiones de nosotros mismos que hemos olvidado