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EDITORIAL

Una tributaria que interprete el clima económico

lunes, 1 de agosto de 2022

Inflación sin control, tasas altas, más de 2,8 millones sin empleo, peso devaluado, deuda, déficit, además de otros flagelos, la tributaria que debe saber leer el país para evitar el caos

Editorial

El palo no está para hacer cucharas y el país político debe saber leer el país económico y social. El crecimiento del Producto Interno Bruto para este año se estima que esté por encima de 6%; el año pasado fue de 10,8% y entre enero y marzo las cifras sorprendieron al alcanzar 8%, pero eso tan bueno no perdura y 2023 comenzará con cifras peligrosas de 2% y de eso se trata la economía de planear y saber sortear los problemas futuros, que no es lo que viene, sino lo que se construye. La variación de precios no volverá a estar entre 2% y 4% sino hasta mediados de 2024 porque las externalidades que la explican están lejos de corregirse, como es el conflicto en Ucrania y el crónico problema en la cadena de suministros en los puertos y containers.

Los bancos centrales no saben hacer otra cosa que subir las tasas de interés hasta tipos que asfixien la inflación, así el efecto colateral sea frenar el crédito, el consumo y los planes de expansión de las empresas, llevando a la economía mundial a un efecto dominó de recesiones, que como siempre, le pegan más duro a los mercados emergentes. La esperanza de que casi tres millones de personas desempleadas consigan un trabajo formal es una ilusión en medio de esas condiciones, pues en junio hubo 2,7 millones de desempleados y la tasa de desocupados llegó a 11,3%, muy lejos del esperado dígito que solo se garantiza si el crecimiento del PIB se sostiene por un lustro en 5%.

Y si a esto se suma que las autoridades monetarias de la Unión Europea y Estados Unidos siguen subiendo sus tasas de interés para bajar la variación de precios, que ya alcanza dos dígitos, es factible que la devaluación del peso siga el ritmo de 10% o 12%, anclando el dólar por encima de $4.000, cifra que hace unos seis meses era un escándalo. Ciertamente, el palo no está para hacer cucharas, pero el presidente electo, Gustavo Petro, prometió y sus funcionarios recién nombrados le han seguido la corriente de que es necesaria una reforma tributaria con visos estructurales que corrija el sistema de impuestos en el país y que le permita al Gobierno Nacional, que comienza en siete días un presupuesto general de más de $400 billones, es decir, de unos US$100.000 millones, un monto que es levemente inferior a todo el PIB ecuatoriano.

Nadie quiere pagar más impuestos, ni mucho menos dejar de disfrutar las exenciones de que gozan varios sectores de la economía. Colombia tiene los peores índices de recaudo entre los países de la Ocde, no obstante, los contribuyentes naturales y jurídicos se sientes asfixiados por las cargas. Como siempre, el Gobierno de turno trae sus propios impuestos bajo el brazo, muchas veces -como en este caso- sin interpretar las necesidades de los generadores de empleo y de quienes tiene ingresos estables, una suerte de clase media. Es quitarle a quien siempre ha pagado y es formal, para financiar la incompetencia crónica de los funcionarios de siempre que no han sabido hacer la tarea de redistribuir bien los impuestos. La reforma tributaria de Petro, diseñada por el ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, ya está cocinada, una vez dé a conocer sus artículos arderá Roma, pues nuevamente la socialización ha sido a cuenta gotas y casi sin concertar lo más concertable, que es pagar impuestos en un país carente de una cultura tributaria signada por la corrupción.

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