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EDITORIAL

Un dividendo llamado Selección Colombia

miércoles, 4 de julio de 2018

Nuevamente la Selección Colombia confirma que es lo único que une al país y afianza al fútbol como un motor de desarrollo y entretenimiento

Editorial

Si Colombia atravesara por una profunda crisis de identidad nacional o necesitara un motivo de unión en torno a un himno, unos colores y una entidad, tendría que inventarse algo parecido a lo que produce en toda la geografía la Selección Colombiana de Fútbol. La energía de unidad que despierta “la selección” no se compara con nada: cuando está en el campo de juego no existen pueblos, ciudades o departamentos; no hay doctrinas políticas, ni sectarismos ideológicos; desaparecen los estratos socioeconómicos, no existen ricos ni pobres; todo se ve a través de la lente que generan un puñado de jóvenes jugadores, que portan los colores nacionales, que representan un país heterogéneo, que casi todo el tiempo está desarticulado en función de intereses particulares, que siempre se priorizan en detrimento de las causas nacionales o de beneficio común. No hay nada parecido a la fiebre que produce la Selección Colombia; no importa que sea un Mundial, una Copa América o unas eliminatorias, es un suceso de generación espontánea que tiene raíces profundas en las barridas, en los potreros y en las canchas de los colegios y las universidades a lo largo y ancho de una geografía desarticulada que solo se une cuando entra en una competencia de talla mundial.

Está claro que el mayor dividendo del fútbol lo cosecha la identidad nacional, con el sinsentido que se queda allí, estancado, no se aplica para otras esferas sociales. Pero también, ese fenómeno nos deja otras utilidades en las dimensiones del consumo, pues es un verdadero motor de las ventas minoristas que suben en todos los segmentos: mayores ventas de televisores, comida, bebidas y más domicilios, entre otros muchos ramos del comercio que son susceptibles a la fiebre futbolera.

Hay también una geografía del fútbol colombiano. Pueblos como Guachené, Caloto o Apartadó emergen con luz propia cuando varios de sus hijos más humildes llevan esos colores nacionales a la cancha. Nombres de pueblos que en las grandes ciudades no se escuchan y que hacen un llamado de atención directo a los empresarios, a las instituciones del deporte y a los mandatarios locales, regionales y nacionales, para que miren lo que está sucediendo en las profundidades de la provincia, esas canteras de talentos silvestres siempre olvidadas que llevan el nombre del país con mucho más orgullo de quienes verdaderamente se han beneficiado y disfrutado de los impuestos. Es curioso, pero hay muchos casos en los que la geografía de la violencia empata casi a la perfección con la geografía de la guerra y el desamparo del Estado.
Pocos países como Colombia gozan plenamente del dividendo que ofrece su selección de fútbol; no solo en términos de la identidad nacional, el consumo o en hacer brillar regiones olvidadas. Nuestro dividendo tiene que ver más con el futuro, con la prospectiva que debe hacerse de un mundo del espectáculo futbolero en crecimiento, subsector de la economía que le ofrece a miles de jóvenes la oportunidad de crecer, progresar y a las empresas de vincularse activamente en las regiones sumergidas, creando programas de responsabilidad social, en una suerte de valor compartido cargado de verdadera transformación. Hay mucho que aprender de la fiebre del fútbol, pero más valioso es hacer que este frenesí no aparezca cada cuatro años.

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