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Claudia Sheinbaum tiene sobre sus hombros la dura tarea de ser la primera mujer en manejar los destinos de México, en medio del éxito económico derivado de ser la fábrica de EE.UU.
Por los siguientes seis años, sino pasa nada extraordinario, Claudia Sheinbaum llevará las riendas de México, país de unos 130 millones de habitantes, una de las 15 economías más grandes del mundo, segunda de América Latina y con unos indicadores macroeconómicos de mostrar: crecimiento del PIB anual de 3,5%, inflación 4%, desempleo 3%, devaluación 16% y un déficit del gobierno central de 6%.
El comentario “si no pasa nada extraordinario” tiene que ver con que el habilidoso, Andrés Manuel López Obrador, hoy expresidente de México y tutor de la nueva Presidenta, puso un “articulito” que obliga a sus sucesores a ratificar su mandato en el Congreso en la mitad del período presidencial, tres años, lo que obliga a llevar excelentes relaciones entre el Ejecutivo y Legislativo.
Amlo, más que un gobierno de izquierda o socialista, fue un mandato de corte nacionalista con visos de populismo, al que el entorno internacional de la frenética globalización le sonrió; asuntos como la tensión chino-americana, la guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente, y una evidente ausencia de competitividad europea, han refrendado la posición estratégica de México en el mundo, como el país absoluto socio comercial del motor de la economía mundial, que sigue siendo Estados Unidos.
La transferencia tecnológica estadounidense a México, la instalación de centenares de plantas, el papel de las remesas y la conciencia de que México es a Estados Unidos lo que Estados Unidos es a México, ha hecho que la economía mexicana (US$1,70 billones) dé un salto cuantitativo, pasando a España (US$1,50 billones), por ejemplo, en el concierto internacional.
La nueva Presidente recibe de su mentor varios asuntos resueltos de corte económico, pero siempre con amenazas que se derivan de sus fortalezas. Ninguna frase ha descrito mejor el pasado, el presente y el futuro de los mexicanos que “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.
Sobre quién la pronunció aún hay debate entre los abundantes cronistas políticos, literarios y sociales que pululan en México. Los más conservadores dicen que fue de un jesuita en los años 20, pero quien la trajo a colación recientemente fue el propio López Obrador, quien, en medio de una conversación con su homólogo de Estados Unidos, Joe Biden, se la atribuyó a Porfirio Díaz.
Otro grupo de expertos plantea que Díaz se la copió a otro expresidente mexicano, Álvaro Obregón. Pero eso es lo de menos, lo importante es que la economía que recibe la nueva presidente Sheinbaum está más vigorosa que nunca y que las cifras se están dando en términos de desempeño macroeconómico como país, en el cual subsisten problemas crónicos ligados aún al tercer mundo, como la delincuencia desenfrenada ligada al tráfico de narcóticos, la pobreza, la migración, la presencia del Estado y la ausencia de instituciones fuertes.
Sheinbaum tiene el reto de llevar a México a otro estado de desarrollo y de bienestar, y que su inamovible fortaleza de estar al lado de Estado Unidos, y ser su fábrica, planta o factoría, debe aprovecharse al máximo mientras dure que la región norteamericana siga siendo el motor de la economía mundial. Claramente, México más que puente es una bisagra entre lo hispano y anglosajón, que actúa como punta de lanza de lo que debe ser Latinoamérica para el mundo, y ese rol no es menor en el futuro.
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