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El país debe entrar en una nueva etapa de debate que trascienda el tema de la guerrilla y enfrente por primera vez el reto del desarrollo económico.
Vuelve y juega el tema de los acuerdos de paz entre el Gobierno Nacional y los guerrilleros de las Farc. Nuevamente, después de muchos ires y venires, se ha firmado un documento en el que las partes se comprometen a desmontar uno de los engranajes bélicos más nefastos de la historia colombiana. En 150 días, un colectivo otrora terrorista de unos 8.000 hombres entregarán sus armas con las que han sembrado violencia, bajo el compromiso de contribuir con el proceso de paz; a cambio el Estado iniciará un proceso de reinserción que los dejará listos para vivir en un país que les tiende la mano y les brinda nuevas oportunidades.
Mucha es la tinta en los diarios, los segundos en la radio, los bytes en la web y las imágenes en la televisión que se han invertido en explicar las bondades de este acuerdo de paz, pero todo ese esfuerzo es poco para lograr sensibilizar a todos los colombianos de que es mejor acabar con el conflicto interno que seguir en una violencia sin fin por otro medio siglo. La guerra fratricida ha dejado casi medio millón de víctimas, más de cinco millones de colombianos desplazados y ha generado una economía de guerra en la que se debe invertir más de 5% del PIB en operaciones militares en contra de los alzados en armas. Pero lo peor de todo es que hay casi un centenar de empresas que han aprendido a usufructuarse de la guerra y se han beneficiado económicamente de ella, oponiéndose en estos momentos a cualquier tipo de acuerdo de paz que sería su ruina. Y con mayor dolor se registra el poder de una politiquería destructiva que no deja vivir en paz a los colombianos (especialmente a los rurales) y que se aferra a las mentiras, a los bulos y a la distorsión de las verdades para seguir cosechando pequeños triunfos individuales y así aferrarse al poder de manejar los dineros del Estado.
Hoy Colombia es una ejemplo mundial de la llamada post verdad, esa palabra del año -según el Diccionario Oxford- que se “refieren o denota circunstancias en las que los hechos objetivos tienen menor influencia en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”. ¿Cómo puede ser una acontecimiento negativo la firma de un acuerdo de paz con un grupo violento que ha sometido al país durante más de una década? Puede ser cierto que el acuerdo tenga deficiencias que no dejen a todos los actores contentos, pero para eso está el Congreso de la República elegido por millones de colombianos para que estudie, debata y mejore lo acordado, tal como es su papel en la democracia. Hay que pasar la página del eterno desacuerdo por los acuerdos, dándole la oportunidad a los representantes y senadores para que desempeñen su rol. Ya vendrán nuevos retos, nuevas propuestas y un nuevo debate en torno al Congreso y la Presidencia en donde por primera vez en la historia reciente el tema no será la guerrilla sino propuestas más acordes al nivel de desarrollo al que queremos llegar como país.
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