Los candidatos deben hablar ya de economía

Para las elecciones al Congreso solo faltan seis meses y poco o nada se sabe de los aspirantes a llegar a la Cámara y al Senado, tampoco de quiénes desean ser reelegidos, una falla en la democracia colombiana que es el origen de que docenas de congresistas sean unos perfectos desconocidos. Aún no hay nombres idóneos para que los colombianos elijan a un Congreso memorable que lleve las riendas del poder legislativo a 2030.

El país, político, social y económico necesita de personas muy preparadas, con un liderazgo probo para transformar las regiones y los sectores económicos, pero la milimetría política hace que de los próximos senadores y representantes poco se hable y nada se conozca de sus idearios, logros y financiación. Colombia tiene una cultura muy presidencialista en la que se habla más de las elecciones de mayo que de las de marzo, y se le dé más despliegue a candidatos por la Casa de Nariño que al Congreso, siendo las dos tareas fundamentales para el rumbo del país.

Y si bien hay casi un centenar de presidenciables que atacan o defienden al Gobierno actual, no hay muchas ideas novedosas en materia económica. No se habla de la pobreza, la política minero-energética, las consultas previas, los impuestos, las concesiones, las zonas francas, los puertos, aeropuertos y carreteras, solo se limitan a lugares comunes dispersos en los debates de los congresos gremiales, en los medios y en sus redes sociales.

Colombia va a caer en el juego de que el centenar de presidenciables verdaderamente quieren ir al Congreso, cometiendo su primera gran mentira política, no mostrarse como verdaderamente son o poniendo sobre la mesa de las elecciones sus intenciones subyacentes ¿Por qué los candidatos deben hablar ya de economía? Porque solo el buen manejo de la economía resuelve los problemas crónicos del país y logra que los sectores público y productivo aúnen sus esfuerzos para lograr el bienestar de 52 millones de colombianos.

Hay orfandad de ideas económicas reales, aplicables y sensatas, mucho menos novedosas, como son nuevas fórmulas para arreglar lo más importante que es el sistema tributario colombiano; poco o nada han hablado de las obras de infraestructura con que se van a comprometer y que marquen un antes y un después en las regiones; nada han hablado de potenciar sectores económicos neurálgicos como la agricultura, el comercio o la construcción; solo caen en lo mismo de siempre, palabras sin sentido y lugares comunes, otros más irresponsables, prometen cosas imposibles de hacer para seducir con dañinos populismos.

Es cierto que la seguridad y la corrupción son dos de los problemas más graves que tiene Colombia, pero es la economía en donde se formulan soluciones; el alto grado de deterioro que tiene el orden público solo se soluciona con dinero para las fuerzas militares, inteligencia y tecnología, y de ese dinero adicional que el Estado necesita nadie dice de dónde lo va a sacar y seguro será de una nueva tributaria tradicional que descomponga las cuentas de las personas y las empresas.

El asunto de la corrupción es más complejo porque cuando se ataca muta a otras formas transaccionales en un Estado capturado, de allí que derrotar la corrupción debe empezar ahora en las elecciones, interviniendo la financiación de los “contratistas” que solo saben negociar con el Estado a través del cobro a los gobiernos y congresistas que patrocinaron.