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No solo del covid-19 y sus efectos en la economía y en la salud vive la sociedad, hay muchas actividades con vida propia que requieren atención y de paso cambiar de tema
La próxima semana se cumplirán 90 días en los que toda la economía y la información han tenido como eje central el covid-19. Nunca antes en la historia de la humanidad se había experimentado una situación como esta, en la que todo tiene que ver con un virus que ha sometido a los gobiernos, les ha cambiado la agenda y les ha obligado a destinar enormes recursos para atender sus consecuencias.
Al punto que hay una suerte de “coronavirusdependencia” en los escenarios políticos, económicos e informativos. Y no es para menos, el virus es tan dañino y contagioso que ha usado la globalización en todas sus facetas para viajar por unas autopistas que no tuvieron sus antecesores durante otras pandemias como la de la gripe española en 1918 o la peste bubónica en la vieja Europa de 1350.
Sin miedo a equivocación, no hay más tema en casi todos los países que comentar las últimas estadísticas en tiempo real de contagios, de muertos, de recuperados, datos que aportan instituciones de alta credibilidad y que cada tarde se renueva y aportan insumos para seguir atizando en la hoguera del coronavirus; un tema que quizá irá menguando en algunos países una vez se haya “aplanado la curva”, disminuido el “factor RO” y se esté comprobando que la “inmunidad de rebaño” esté avanzando, además de otros aportes que el nuevo léxico de la pandemia vayan atisbando hacia el ineludible comienzo de una nueva normalidad.
Vivimos una época de necesaria saturación de información sobre el virus que en sí mismo se convierte en un problema más dañino para vivir la vida, dándole paso a sociedades enfermas, ansiosas, hipocondríacas, preocupadas en exceso, convencidas de que padeceremos covid-19; todo a partir de la interpretación sesgada de la abundante información sobre el problema o la sensación corporal de que todo puede dañarte. Puede ser un contrasentido, pero es la realidad.
Es como cuando un paciente de alguna enfermedad grave se entera tanto de los males que lo aquejan que termina saturado girando en torno de las causas y consecuencias de un mal, que no tiene otra salida que médica o científica. Noventa días de hablar del coronavirus en todos los rincones y en todas las oportunidades es estar preso o capturado por un problema real, grave sin explicaciones que solo tiene solución científica, pero que mientras tanto la vida debe seguir para evitar que el frenazo económico sea peor que el mismo virus.
Quizá el futuro les dé la razón a los profesionales que están manejando la situación desde el Gobierno Nacional, a los funcionarios y servidores médicos de Medellín y Bogotá que están controlando la situación, muy a pesar de las condiciones particulares de cada ciudad, y al final lo vivido en Italia, España, Brasil o Estados Unidos nunca llegue al país y los muertos no se cuenten por miles diarios. Hay que cambiar el monotema del coronavirus para darle salida a las necesarias actividades económicas basadas en la responsabilidad individual.
La sociedad no puede seguir capturada de manera indefinida por estadísticas que solo sirven para diseñar políticas públicas e ir dos pasos más adelante del virus, pero no para seguir traumatizando a las personas, quienes no solo deben aceptar quedarse en su casa, sino entender que una vacuna es cuestión de muchos meses más, a pesar de que pronto serán 100 días con la misma historia.
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