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EDITORIAL

La paradoja de restringir bolsas plásticas

viernes, 14 de septiembre de 2018

Al flagelo de la corrupción no se le controla bajando salarios a los políticos, el objetivo debe estar en erradicar la cultura ladrona

Editorial

A mediados de 2005 salió al mercado uno de esos libros raros que generan culto y se convierten en tendencias muy de vez en cuando. Se trata de Freakonomics, un texto breve escrito por Steven Levitt y Stephen Dubner en el que demuestran que las situaciones en la economía no siempre terminan como se planean. El eje central del libro se centra en la importancia de los incentivos y cómo las personas o los individuos se apropian de ellos; un elemento fundamental en la ecuación económica que ha gravitado en la ciencia social desde Adam Smith. Dicen Levitt y Dubner que todo consumidor se motiva por situaciones o incentivos no siempre económicos; que puede haber móviles éticos, morales o situaciones en términos de la sociedad. Recrean retorcidas situaciones como un boom de donaciones de sangre que desencadena actos delictivos para beneficiarse de las promesas económicas que se desprenden de un aparente acto humanitario. Otro: “un incentivo de US$3 de multa fue aplicado a los padres que recogieran a sus hijos tarde en algunas guarderías de Haifa, en Israel, y el efecto fue contrario al previsto. La multa sirvió para que un mayor número de progenitores mitigaran su sentimiento de culpa y el número de retrasados creció espectacularmente”.

En Colombia se diría, hecha la norma hecha la trampa, pero en economía el asunto va por otro lado. Hace algún tiempo las normas colombianas -igual que en todo el mundo- empezaron a restringir el uso de las bolsas plásticas para contribuir de una u otra manera a evitar la contaminación por el plástico. Haciendo la salvedad que quien contamina no es el material muerto, sino las personas: quien asesina no es la pistola, es la persona que acciona el gatillo. No obstante, se echó a andar la reglamentación y los supermercados ya no regalan las bolsas plásticas como antes, hacen un cobro insignificante por ellas y motivan el uso de las bolsas caseras de tela o el reciclaje de otras usadas. Muy bien, pero según se desprende de las conclusiones del último congreso de comerciantes, esto ha hecho que se disparen los robos en las tiendas y supermercados, pues muchos consumidores inescrupulosos (corruptos) salen con los productos en la mano, pues no hay una bolsa que limite lo comprado de lo exhibido. En pocas palabras, es una buena intención en función de bajar la contaminación que desencadena una ola de los llamados “robos hormiga”. Dice Fenalco que los delincuentes aprovechan que no se entrega bolsa plástica en los puntos de pago para salir con mayor facilidad de los locales con artículos robados y que esta nueva situación problema los ha obligado a invertir en seguridad electrónica que antes controlaban con las bolsas y el ojo del vigilante. El año pasado, 39% de la disminución del inventario en almacenes y supermercados obedeció a los robos, causando pérdidas por más de $220.000 millones, según el más reciente Censo Nacional de Mermas. Hechos como éstos, son los que hacen pensar que el flagelo de la corrupción no siempre se ataca bajando los salarios de los congresistas o pagando menos a los funcionarios públicos, sino que hay que trabajar en la base: familias y colegios. Es un hecho que hay que procurar que así como las nuevas generaciones son sensibles a los temas ambientales, también lo sean ante la corrupción, que inicia con las pequeñas cosas, como los robos en supermercados o colarse en Transmilenio.

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