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EDITORIAL

La idea de paz no es la misma en todo el país

viernes, 25 de septiembre de 2015
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Pontificar desde las ciudades sobre la paz y determinar la agenda de la ruralidad es una de las equivocaciones de lo que es el fin del conflicto.

Vivimos una época de cambio y no un simple cambio de época. El Papa Francisco habla con elocuencia ante el Congreso de Estados Unidos (nunca un Pontífice lo había hecho); el último reducto de comunismo en América Latina representado por Cuba reabre sus relaciones con la Casa Blanca en pos de un desbloqueo comercial (50 años de distanciamiento), y la guerrilla más vieja del continente avanza en varios acuerdos fundamentales para dejar las armas y firmar un pacto de paz con el gobierno colombiano (un conflicto sexagenario). Así se ven las cosas con lupa internacional de lo que ha sucedido en los últimos seis meses.

Y Colombia es protagonista de primera línea porque está logrando avanzar en resolver un problema complejo desde hace casi seis décadas que no le ha dejado escapar de una guerra interna de miles de muertos y de costos ya incuantificables, pero lo peor es que ha engendrado generaciones de colombianos que no han vivido un minuto de paz en sus vidas. Lo más triste es que así como la economía en el país es inequitativa, generando una alta desigualdad social, la idea de paz que tienen los colombianos en sus cabezas tampoco es la misma. Para algunos tener paz es poder volver a su finca con la tranquilidad de que no se encuentre en medio de combates entre las Farc y el Ejército; para otros es poder andar en la calle con sus pertenencias sin que sea despojado de ellas; algunos creen que paz es poder viajar por las carreteras sin miedo a ser secuestrado; todos tienen un anhelo de paz muy distinto, pero la concepción de paz que reina en el país es centralista.

En seis meses seguramente se firme un acuerdo con la guerrilla y en otros dos más se entreguen las armas, pero esa nueva situación para los habitantes de las grandes capitales no les va a cambiar en nada sus vidas de progreso económico, pues las metrópolis no son víctimas permanentes del accionar de la guerrilla como sí ha sido el campo. Y como somos un país centralista hasta para la guerra, le damos mucho peso a las opiniones generadas desde Bogotá, Medellín o Cali y determinamos el acontecer de la inmensa ruralidad. Es responsabilidad de todos tener una idea colectiva de lo que representa la paz y de los retos que esto impone hacia el futuro. Tal vez las cosas no cambien mucho en las ciudades, pero para el sector rural es una verdadera nueva era, es un cambio de época, en la que puede llegar inversión social y se pueden reactivar los negocios agropecuarios.

No hay razones válidas para no creer en que el proceso de paz ha avanzado notoriamente y que está ad portas del no retorno a la confrontación fratricida. No a todos los colombianos les gusta que el millonario presupuesto destinado a la defensa tenga que redirigirse a lo social, pero de eso se trata, de entender y respetar esas posiciones distintas.

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