El eterno déjà vu de las relaciones con Venezuela

Por fin el Gobierno Nacional reconoció que las elecciones en las que se reeligió Nicolás Maduro en Venezuela fueron fraudulentas, tal como lo han sentenciado todos los países serios del mundo, un poco tarde, pero afortunada la posición de la Cancillería colombiana.

Ahora es de esperar que el gobierno socialista, en demostrada dictadura, tome represalias contra Colombia; seguramente cerrarán la frontera, acosarán el comercio binacional y empujarán más migrantes al país, cifra no oficial que puede superar los cinco millones de personas.

Esperar que antes de 2030, el comercio colombovenezolano regrese a cifras de US$7.000 millones anuales es una quimera, pero que se establezca en unos US$2.000 millones es factible pues son economías complementarias que tienen un intercambio natural que es muy difícil de remplazar.

El problema es que los venezolanos han perdido la capacidad de compra, los dólares escasean y no han tenido buenos hábitos de pago, no obstante, esos defectos son crónicos, hay empresarios colombianos que han sabido armar modelos de negocios en los que todos ganan.

La administración Petro ya no es aliada formal del régimen de Maduro; en la Casa Blanca hay un presidente de armas tomar contra el socialismo populista regional, como es Donald Trump, y los aliados rusos, chinos e iraníes de los chavistas venezolanos deben sentarse a negociar con la nueva hegemonía porque la geopolítica dicta la entrada a una época de cambio en la que sostener un conflicto en Ucrania, un mundo sin alto crecimiento para comprarle a China y una alta tensión de Israel contra Irán, obliga a los venezolanos a cambiar el modelo económico que ha expulsado en menos de una década a casi 10 millones de personas.

Son tres los elementos que hacen presagiar la inminente caída del fracasado régimen chavista en Venezuela: Trump reformulando la salida negociada de las guerras en Ucrania y medio oriente; la pérdida de respaldo internacional de la dictadura venezolana, tras la instalación de una dictadura en pleno siglo XXI, y finalmente, el necesario cansancio del mismo pueblo venezolano que tomará las riendas de su destino.

Si a los militares venezolanos no los respaldan los rusos y el pueblo les exige los cambios institucionales y el regreso de una sana democracia, será muy difícil que la toma de facto del poder por Maduro hasta 2031 se mantenga. Sin contar las presiones económicas a que se somete la economía venezolana por la pronosticada caída de los precios del petróleo en los próximos años, situación que se puede precipitar si el conflicto en Ucrania llega a su fin.

Mientras todo eso se consolida, Colombia que es el país más perjudicado por la situación caótica de Venezuela, el actual Gobierno colombiano debe tratar de mantener dos vías con el vecino país: una cordial relación política con la dictadura para evitar que crezcan el apoyo a los delincuentes y una relación muy fluida en lo económico para que la población no sufra, al tiempo que se le ponga un torniquete económico a la migración.

La estrategia con el eterno déjà vu colombo-venezolano es que las relaciones sean en dos vías separadas, que no se crucen, que no se utilice la política para hacer sufrir de hambre a las personas, y finalmente, sentarse a esperar que el nuevo presidente de Estados Unidos actúe con mano fuerte que obligue a cambiar las cosas en Venezuela.