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EDITORIAL

El Cauca no sale de la anarquía de las protestas

miércoles, 13 de marzo de 2019

Nuevamente la economía del suroccidente es tomada por la anarquía que generan las protestas indigenistas, ojalá el Gobierno no use las mismas soluciones del pasado

Editorial

La política de seguridad democrática implementada durante las dos administraciones de Álvaro Uribe Vélez cambió las dinámicas del orden público que por décadas había sido tomado por guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares. En solo ocho años las fuerzas militares retomaron el control de casi todos los rincones del país y obligaron a los grupos al margen de la ley a replegarse, desmovilizarse y a firmar (años más tarde) un tratado de paz con el siguiente gobierno de Juan Manuel Santos; pero la mano dura de Uribe y el diálogo de Santos no llegaron de igual manera a los históricos santuarios de los grupos guerrilleros como es el caso del Cauca; lugar en donde desde viejas calendas se formaron movimientos revolucionarios tales como el Quintín Lame, las Farc, el M-19, la Coordinadora Nacional Guerrillera, el ELN y ahora las disidencias y su peligrosa mezcla de narcotraficantes con bandas criminales que han hecho de esa región el último reducto de la confrontación fratricida que desde Bogotá no se observa. ¿Por qué el Cauca? Es el único departamento con salida al mar, pero sin carretera de acceso. Desde el siglo XIX, esta región que otrora era la cuna de los presidentes y eje fundamental de la costa Pacífica y la minería, no supo entrar al siglo XX, mucho menos al XXI y se ha quedado rezagada en medio de disputas étnicas de tierras, tráfico de droga y una ausencia casi total de Estado, en su dimensión nacional, regional y municipal. Los abundantes resguardos han hecho su ley y cuentan un poder sin control. El norte del departamento tiene su eje económico y funcional en Cali, Valle; el sur-oriente en La Plata, Huila; la llamada “bota caucana” en el Putumayo; el valle del Patía en Nariño, para solo dejarle la influencia a Popayán en los tres o cuatro municipios aledaños a esa capital. Pero lo más dramático tiene que ver con el Pacífico caucano, Guapi, Timbiquí y López de Micay, pueblos costeros cuya verdadera capital y centro de satisfacción de necesidades es Buenaventura, y que es una región que literalmente vive en el subdesarrollo más grande de Colombia. Así las cosas, cohesionar soluciones a los permanentes paros que torpedean el transporte por la vía Panamericana es solo la punta del Iceberg de la crónica de una región muy convulsionada y de difíciles soluciones a la vista, pues los líderes de izquierda han sabido manipular las constantes protestas.

Lo peor de toda esta situación es que se atraviesa por una verdadera “balcanización” del Cauca -por las pugnas belicosas entre la cantidad resguardos indígenas- y porque los mandatarios locales no tienen ninguna capacidad de nada. Ojalá el presidente, Duque, no aplique la misma fórmula de sus antecesores de mandar a sus ministros a ofrecer tierras a los múltiples resguardos ni se deje someter por su agenda cargada de incumplimientos del pasado. La tierra es un bien escaso y el Estado no puede prometer miles de hectáreas en un departamento de 29.308 kilómetros cuadrados de los cuales 6.360 hectáreas pertenecen a resguardos improductivos, situación que ha generado las guerras caucanas por el territorio. La fórmula que debe aplicar el Gobierno actual es de una suerte de “Plan Marshall” que reconstruya esa región, haga presencia del Estado y sensibilice a los grupos actores del conflicto en el camino del desarrollo económico. Existe la ideología extendida que el Socialismo del Siglo XXI es la fórmula a sus problemas ancestrales.

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