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A pesar de ser la ciudad más rica de Colombia, con más de 10 millones de habitantes, aún no tiene la primera línea de metro, eso solo se explica por el canibalismo de sus dirigentes
Quizá el ejemplo más loable del subdesarrollo colombiano, y por qué no decir, el mayor monumento imaginario a la incompetencia de los dirigentes, es la frustración histórica de la primera línea de metro para la capital del país. Se van a cumplir 70 años del primer anuncio de que Bogotá tendrá metro, está registrado en la primera página de La República del 1 de marzo de 1954, cuando el presidente de Colombia era el militar golpista, Gustavo Rojas Pinilla, y el alcalde, un coronel de nombre, Julio Cervantes Quijano.
Con bombos y platillos se anunciaba: “Habrá informe para la construcción del subway en la Capital”, vendían una ilusión, un sueño del que hablaban los bogotanos desde la década de los 40; en 1942, cuando la ciudad tenía apenas 400.000 habitantes, se discutía la importancia de una intervención de movilidad, por la alta demanda de pasajeros del tranvía de esa época, que llegaba hasta los 200.000 usuarios diarios.
El alcalde del momento, Carlos Sanz de Santamaría, quería un metro paralelo a los cerros, iniciativa en la que se trabajó hasta mediados de la década de los 50, pues era paralela a la Carrera Séptima, pero pasaron los años y la corrupción, la pugnacidad política, los regionalismos enquistados en la capital, la explosión de habitantes y el canibalismo propio de la dirigencia distrital y nacional, les robaron el sueño a quienes vivieron, viven y vivirán o tienen algo que ver con la ciudad.
Todos los presidentes de Colombia se han tomado fotos con los alcaldes del momento anunciando financiación, aportes de la Nación, acuerdos interinstitucionales, documentos Conpes, y toda una serie de acciones que no se han visto materializar, pues la plata siempre la ha habido y es prioritaria, pero hay una incapacidad natural de hacer grandes obras que beneficien a las personas; los políticos son adoradores naturales de las licitaciones y de la asignación de recursos, porque se han especializado en el saqueo de esos dineros, y al final de todo, no hay ni obras ni dinero.
El tema que convoca a tantas marchas en Bogotá, en pro o en contra de los gobiernos nacionales, deberían ser más para pedir, exigir y demandar la construcción urgente de un sistema de transporte masivo digno que resalte el bienestar y distribuya las precariedades de una gran capital subdesarrollada como lo es Bogotá, carente de calidad de vida, insegura y dura con sus habitantes. Ver y oír a los mismos bogotanos ilustres poner piedras en el avance de la primera línea de metro dejada por el alcalde Enrique Peñalosa es una muestra más de la miopía y de la barbarie contra el urbanismo y el desarrollo.
La inmensa mayoría de los altos funcionarios, grandes empresarios, líderes de opinión, dirigentes gremiales, nunca usan Transmilenio, ni serán usuarios de esa primera línea, quizá sus nietos, pero a la hora de criticar sin mayor conocimiento el avance de la obra, que está adelantando la multinacional China Harbour Engineering Company, pasan por encima de los verdaderos usuarios del futuro. Ahora que más de media docena de aspirantes a la Alcaldía de Bogotá alistan su campaña, entregar la primera línea de metro debe ser un imperativo; quienes empiecen a hablar de otras cosas o torpedear lo avanzado pueden ser castigados en las urnas. No se pueden cambiar las cosas, por seguridad jurídica a medio camino solo por su canibalismo político.
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