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Impulsar la exportación contenidos debe ser una de las metas de la economía naranja, un pilar del Gobierno, que debe afilar más su estrategia
Vale la pena traer una vez más a colación el fenómeno de las industrias creativas, la producción o generación de contenidos, como una de las piedras angulares del cuatrienio 2018-2022. La coyuntura es adecuada luego del sensible fallecimiento de Fernando Gaitán, creador de la emblemática novela, Yo soy Betty, la fea, y de otros íconos de la producción nacional de televisión como Azúcar, Café con aroma de mujer, Francisco el Matemático y más recientemente su participación en La Ley del Corazón, todos ejemplos fehacientes de lo que es la economía naranja, un concepto “manoseado” por los funcionarios que en casi todas sus intervenciones caen en el lugar común, es más, todas las personas que tienen la oportunidad de hablar con el Presidente o sus ministros, tratan de forzar sus reivindicaciones o necesidades de desarrollo para sintonizarse con la nueva era de la economía naranja. Sea esta una nueva oportunidad para pedir una vez más que se defina lo que es, y lo que no es esta estrategia gubernamental, de tal manera que la verdadera economía naranja no se desvirtúe y pierda una gran oportunidad.
Hace seis meses en su discurso de posesión, el presidente, Iván Duque, anunció que durante su mandato impulsará la economía naranja: “quiero que los jóvenes escuchen esto con atención, estamos comprometidos con el impulso a la economía naranja para que nuestros actores, artistas, productores, músicos, diseñadores, publicistas, joyeros, dramaturgos, fotógrafos y animadores digitales conquisten mercados, mejoren sus ingresos, emprendan con éxito, posicionen su talento y atraigan los ojos del mundo”.
Esas buenas intenciones se han plasmado en algunas menciones en el Plan de Desarrollo que está en construcción, al tiempo que desde el Ministerio de Cultura se construye un viceministerio para atender la directriz del Presidente. Hollywood es el mejor ejemplo de economía naranja, que en otros países se le conoce como economía creativa, calificativo a la ciencia social que es mucho más acertado, pues no facilita distorsiones.
El principal estudioso del tema es John Howkins, quien hace sus investigaciones académicas a partir de los sectores apalancados en bienes o servicios en la propiedad intelectual. En su texto The Creative Economy: How People Make Money from Ideas, plantea categorías que se han acomodado a la realidad colombiana, como son las convencionales que incluye libros, revistas, periódicos, bibliotecas, películas, teatro y música, todo aquello que tiene que ver con la producción artística, pero a la clasificación se la ha ido metiendo turismo, ambiente, cocina, ruralidad, deportes, moda, diseño, artesanías, software, arquitectura, publicidad, entretenimiento, entre otras muchas cosas.
En pocas palabras, a la economía creativa le están metiendo de todo, pues su naturaleza parece ser entendida como flexible. Y si todo cabe, construcción, agro, industria, manufacturas, energías, etc., son muy pocos subsectores los que se quedan por fuera, y la novedosa idea de empujar un mercado que siempre ha existido, como es la exportación de novelas, libros, películas y música, pueden caerles otros renglones temporeros que desdibujarán lo que verdaderamente se quiere fortalecer. Hay que aterrizar la economía creativa, más que naranja, y pensar poder llegar a explicar por qué Betty la fea, es el mejor ejemplo de exportación de ideas creativas.
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