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El monje que vendió su Ferrari con la placa impar

miércoles, 20 de junio de 2012
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Si Robin Sharma, el célebre autor del bestseller "El Monje que vendió su Ferrari" viviera en nuestro país, seguramente habría tenido que adaptar su obra para reflejar la absurda realidad de la movilidad en la capital colombiana, realidad que ahora nos divide entre pares e impares. En línea con las enseñanzas de Sharma, el destino del Alcalde Petro estará marcado por las acciones que tome, por las soluciones que implemente, pues ya no hay excusa válida para no hacer nada frente a un problema que viene del siglo pasado.

Me referí hace algunas semanas a las debilidades y contradicciones jurídicas de la restricción vehicular que todos conocemos bajo el nombre del "Pico y Placa". Sin embargo, ante las recientes medidas del Gobierno Distrital me siento obligado a exponer algunas reflexiones adicionales en torno a la nueva metodología propuesta. Sin lugar a dudas siete horas diarias de restricción son mejor que 14, pero el problema es mirar siempre las cosas desde la perspectiva del mal menor, por eso lo que debemos exigir es la eliminación total de una restricción bajo la cual se ha escondido la incompetencia de las pasadas administraciones.

Petro no es el culpable de la actual situación del tránsito en Bogotá, las causas de este mal vienen desde hace muchos años, pero lo cierto es que en este momento Petro es el responsable de darle una solución al problema. La paciencia de los bogotanos se acabó, 14 años parecen ser más que suficientes para la búsqueda e implementación de soluciones reales y efectivas. No quisiera estar en los zapatos del Alcalde, es evidente que el tiempo para arreglar el problema de movilidad ya se agotó y ahora tiene a los propietarios de casi un millón seiscientos mil carros al borde del desespero y con intenciones de promover una revocatoria de su mandato si no toma acciones inmediatas.

Entre el impuesto de vehículos y la sobretasa a la gasolina, los usuarios de ese más de millón y medio de automóviles le aportaron en el 2011 a Bogotá la no despreciable suma de 760 mil millones de pesos (http://impuestos.shd.gov.co/).

El costo de una autopista de 100 kilómetros se cubriría con un año del recaudo de los impuestos mencionados. El costo de hacer un segundo piso, por ejemplo sobre la Avenida Caracas y que continúe sobre la Autopista Norte, tendría un costo aproximado de 50 mil millones por kilómetro. Esto equivale a decir que con el recaudo de estos mismos dos impuestos se podría construir durante el cuatrenio de Petro una vía rápida elevada de 60 kilómetros, iniciando en la calle 19 y prolongándose hasta la 170, la cual se podría recorrer en unos 30 minutos al no existir semáforos ni peatones en su trayecto.   

Nadie desconoce que es vital para la ciudad contar con un sistema masivo de transporte, nadie desconoce que existen muchas necesidades básicas insatisfechas, pero eso en nada debería oponerse a la construcción de las vías que demanda el tránsito de vehículos particulares, más si se considera el aporte tributario que vienen haciendo sus propietarios. Aunque la teoría clásica de la Hacienda Pública sostiene que el pago del impuesto no genera una contraprestación directa en favor del contribuyente, no podemos olvidar que el antecedente del impuesto de vehículos se originó en el concepto de circulación y tránsito automotor, hecho que permite considerar que no tiene sentido cobrar este impuesto si como mínimo no se garantiza una adecuada circulación al parque automotor.

En cuanto a la nueva modalidad de restricción por placas pares e impares es necesario advertir que toda limitación de un derecho legítimo no puede considerarse como positiva, ni puede atribuírsele el carácter de solución. Hace poco recordaba con algunos compañeros de colegio que debido al tamaño de la cafetería en aquel entonces, sus directivas dividían a los alumnos en tres grupos para permitir su plena utilización. Pensaba en que por fortuna no tuvimos como rector a alguno de nuestros pasados alcaldes o sino varios nos hubiéramos quedado sin almuerzo durante un par de días a la semana. Talvez haya algo que aprender del uso racional de unas instalaciones estableciendo franjas horarias para su utilización, pero la lección más importante se dió al dejar de lado la vieja cafetería para darle paso a la infraestructura requerida para atender apropiadamente las necesidades de todos sus usuarios y sin tener que cambiar al rector.
 

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