"Prefiero que mi hijo sea un buen accionista que un mal presidente"

Salvatore Ferragamo, la marca famosa por sus bailarinas con lazos, obtuvo ingresos el año pasado de US$1.680 millones, y cuenta con 620 tiendas en todo el mundo.

Un tercio de sus acciones cotizan en la Bolsa de Milán, pero la mayor parte de la compañía pertenece a más de 70 descendientes del zapatero de Nápoles que, con apenas 20 años, dio fama a la firma en Hollywood en los años 20.

Cuando Ferragamo volvió a Italia en 1927, había ganado tanta fama gracias a sus zapatos, que estrellas como Judy Garland, Marilyn Monroe y Sophia Loren acudieron a él para que les confeccionase modelos exclusivos.

Ferruccio Ferragamo (Italia, 1945), el actual presidente del grupo y primogénito del fundador, recuerda que le «impresionaba ver cómo mi padre recibía a Audrey Hepburn o a la reina de algún país». Pero más allá de la leyenda, Ferragamo es un caso de estudio sobre cómo la segunda, la tercera y la cuarta generaciones de descendientes se han mantenido unidas para convertir el talento del fundador del grupo en un negocio global.

Cuando Salvatore Ferragamo falleció de forma repentina y prematura en 1960, ya había inventado los zapatos con cuña de corcho y fabricado stilettos con tacón de acero. Por aquel entonces, la empresa solo fabricaba 80 pares de zapatos al día. Su viuda, Wanda Miletti, tenía 38 años y seis hijos.

Periodo crítico
Ferruccio Ferragamo, entonces un adolescente, recuerda este periodo como «crítico para la empresa porque mi padre era el genio creador. Cuando se fue, pensamos que todo desaparecería con él, pero al final nos hicimos más fuertes y salimos adelante».

Ferragamo, que ahora tiene 69 años, cree que el éxito de la empresa se debe en parte al carácter innovador de su progenitor –de hecho, en el archivo de la empresa se guardan 14.000 diseños de zapatos– y a un grupo de asesores externos muy leales. Ahora el negocio Ferragamo vende calzado para hombres y mujeres, ropa, bolsos y todo tipo de accesorios.

La empresa debutó en la Bolsa de Milán con una tercera parte de sus acciones en julio de 2011.

En cumplimiento con la voluntad de la viuda de Salvatore Ferragamo, que ahora tiene 93 años, todos los miembros de la familia tienen la misma proporción de acciones de la empresa.

Ferragamo reconoce que al principio pensó que «era injusto porque tenía más responsabilidades». Pero, al final se dio cuenta de que cuanto más claro estuviera todo, mejor podría prosperar la empresa.

Estas normas ahora se han llevado hasta la tercera generación, de la que solo pueden trabajar como máximo tres miembros que antes tienen que demostrar que están suficientemente preparados.

A medida que la fortuna de la familia ha ido aumentando, también lo han hecho sus intereses empresariales. De hecho, Ferragamo y su hermano Massimo, presidente de la filial de Ferragamo en EEUU, poseen un sinfín de propiedades y viñedos en la Toscana.

Por otra parte, la devoción que su padre sentía por EE.UU. sigue viva.

Aunque el principal mercado de la compañía es ahora mismo la región de Asia Pacífico, Ferragamo habla de EE.UU., que representa un 20% de la facturación del grupo, como «nuestra segunda casa».

«Si no viviera en Italia, me trasladaría a EE.UU.», asegura. De hecho, su hermano Massimo, que vive allí, no tiene intención de volver a Italia.

James Ferragamo, uno de los hijos gemelos de Ferragamo, que trabaja en la línea de accesorios de cuero para mujeres, está llamado a convertirse en el principal ejecutivo de la tercera generación. Ante la pregunta de si le gustaría que su hijo le sustituyera como presidente del grupo, el empresario responde «sí, siempre que sea lo mejor para la empresa. En caso contrario, prefiero que mi hijo sea un buen accionista a un mal presidente».