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Guerra comercial entre Estados Unidos y Canadá.
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El primer golpe llegó el 4 de marzo, cuando Estados Unidos impuso un arancel de 25% a la mayoría de las exportaciones canadienses
El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la reactivación de su guerra comercial, con Canadá en la mira, completó seis meses. En este lapso, no solo se redefinió la relación entre dos socios históricos, impactando directamente la economía bilateral, sino que también alteró el panorama político canadiense.
En lo político, la presión ejercida desde Washington y la narrativa presidencial de hacer de Canadá el estado número 51, precipitó la salida del poder de Justin Trudeau e influyó en la elección de su sucesor, el hoy primer ministro Mark Carney.
“Si aplicáramos un arancel generalizado de 15%, sería una mala noticia. El contrapunto es que nos dirigimos a algo peor cuando el presidente centre su atención en revisar el Cusma”.
Más allá del plano político, la abrupta caída de la confianza entre empresas y hogares, el desplome del turismo y la imposición de nuevas restricciones han provocado un fuerte impacto económico.
El primer golpe llegó el 4 de marzo, cuando Estados Unidos impuso un arancel de 25% a la mayoría de las exportaciones canadienses y de 10% a su energía, incluido el petróleo, con la amenaza de subirlos a 35%. Ottawa reaccionó con simetría decretando aranceles de 25% sobre US$30.000 millones en productos estadounidenses. Lista que se amplió a otros US$29.8000 millones, incluyendo acero, aluminio y bienes industriales.
La segunda arremetida ocurrió el 12 de marzo, cuando se impuso un arancel de 25 % a las importaciones de acero y aluminio provenientes de Canadá y México hacia Estados Unidos. En junio, dicha tarifa se amplió hasta 50%, siendo hasta ahora la más alta impuesta desde Washington a Ottawa.
La tercera medida llegó apenas un mes después, cuando Estados Unidos impuso a Canadá y México una tarifa de 25% sobre automóviles y autopartes que no cumplieran con lo estipulado en el nuevo Nafta, ahora conocido como Cusma. Canadá respondió con medidas recíprocas, golpeando de lleno el comercio binacional entre Windsor, Ontario, y Detroit, Michigan, donde un mismo vehículo puede cruzar la frontera hasta siete veces antes de completar su ensamblaje.
Como resultado, las exportaciones canadienses hacia EE.UU. han sufrido, registrando en abril una caída de 14%. El último golpe se dio el viernes cuando Trump confirmó una tarifa de 35% que reemplazará la anterior.
A este punto el Cusma, promovido por Trump durante su primera administración, ha sido el único amortiguador. Gracias a este, hoy cerca de 86 % de las exportaciones canadienses pueden entrar libres de arancel si cumplen reglas de origen. Cerca de 90 % de las ventas externa hechas durante el primer semestre, desde el lado canadiense, han sido certificadas en el marco del Cusma, evitando así la imposición de tarifas que aumenten su costo al ingresar a Estados Unidos. Según estimaciones del Banco de Montreal, BMO, la tasa efectiva promedio de aranceles para las exportaciones canadienses a Estados Unidos es de 7%, basada en el promedio ponderado de lo exportado en 2024, por lo que en caso de darse una revisión del Cusma e imponerse una tarifa general, el escenario futuro sería complejo.
En 2024, apenas 0,2% de las incautaciones de EE. UU. ocurrieron en la frontera canadiense frente a 96,6% en la mexicana. Con la migración, el patrón es similar: pese a acusaciones de “millones entrando por Canadá”, la frontera norte representó apenas 1,5% de los encuentros con la Patrulla Fronteriza en 2024.
El turismo se convirtió en otro termómetro del daño. En mayo, los viajes de canadienses que regresaron de Estados Unidos cayeron por quinto mes 31,9 % frente al año anterior. Seis meses bastaron para transformar una relación tejida durante generaciones. Lo que empezó como un pulso arancelario es hoy una prueba de resistencia económica, política y social.
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