David Cameron, el hombre que se jugó Reino Unido a una carta

Pero el primer ministro no se ha librado de un aluvión de críticas de periodistas y políticos (incluso de su propio Partido Conservador) por poner en peligro una unión política de tres siglos. Unos le cuestionan por aceptar la celebración del referéndum, otros por su complacencia durante la campaña y algunos por su pánico en los días previos a la votación.

La oferta a última hora de más poderes a Escocia para evitar la derrota fue "imprudente", según Boris Johnson, alcalde de Londres y potencial rival de Cameron como líder del Partido Conservador. Hay quien le critica por todo el proceso. "Cameron gestionó mal el referéndum desde el principio hasta el final", escribió ayer el periodista e historiador Max Hastings en el Daily Mail.

Salvada con apuros esa prueba, el ministro conservador todavía tiene otras oportunidades para pasar a la historia, quizá contra su voluntad. Tras la ajustada victoria del no a la secesión de Escocia, Cameron ha prometido una reforma que acercará el país a un modelo federal, acabando con uno de los estados más centralizados de Europa.

Y si permanece en Downing Street tras las elecciones parlamentarias del próximo año, Cameron convocará un referéndum para que los británicos decidan si quieren seguir en la Unión Europea. Su legado podría ser un Reino Unido autonómico y fuera de la UE, modificando sustancialmente la relación de poder entre Londres, su propio país y el resto del mundo.

Acceso al poder
Se trata de reformas de calado que pocos podían imaginar cuando Cameron asumió su cargo en 2010. A diferencia de predecesores como Margaret Thatcher o Tony Blair, el actual primer ministro llegó a Downing Street sin un gran proyecto ideológico o una visión de reforma del país.

El Partido Conservador, que no ganaba unas elecciones desde 1992, le había elegido como líder por tener un perfil más amable y menos controvertido para los votantes. Cameron, que antes de dedicarse a la política trabajó como experto en relaciones públicas, tiene como principal referencia a Harold MacMillan, primer ministro entre 1957-1963 y poco recordado hoy por los británicos.

Esa falta de grandes convicciones ideológicas le facilitó pactar con los liberal-demócratas el primer Gobierno de coalición que tiene Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, con un programa basado casi exclusivamente en reducir el déficit público dejado por la resaca de la crisis financiera que vivió Reino Unido en 2008 y 2009. La austeridad y la gestión de la economía habían sido las banderas de un Gobierno poco interesado hasta ahora en afrontar de cara la cuestión escocesa o el debate europeo.

Demócrata o partidista
En Londres existen varias teorías sobre las razones que han arrastrado al primer ministro hacia esos asuntos de calado constitucional. Los defensores de Cameron, que también existen, creen que las decisiones clave tomadas durante estos años reflejan que es básicamente un político de profundas convicciones democráticas. Por ello pudo aliarse con los liberales, como aceptación lógica del veredicto de las urnas; por eso permitió a los escoceses decidir sobre su independencia; y por eso ahora está dispuesto a dejar que los británicos elijan su relación con Europa.

Pero los críticos creen más bien que Cameron se mueve sólo por intereses electoralistas y de partido. Según esta opinión, el primer ministro dejó votar a Escocia porque pensó tener el triunfo asegurado y podría ahogar así al nacionalismo, complacencia que casi provoca la secesión.

En su nueva promesa de traspaso de poderes a las regiones, la izquierda ve una maniobra de Cameron para ganar fuerza en Westminster, al hacer que los diputados escoceses (en su mayoría laboristas) no puedan votar en el Parlamento estatal en materias transferidas a su región. Y en el caso europeo, el anuncio de referéndum sería una vía para evitar la huida de los euroescépticos del Partido Conservador a UKIP, una emergente formación anti-Bruselas.

De Baleares a Cornualles
Para otros, los avatares de la legislatura son consecuencia del estilo de dirección de Cameron. Funciona como un presidente no ejecutivo, sin entrar en la gestión diaria de sus ministros, a los que deja amplia libertad. Algunos incluso critican sus periódicas escapadas vacacionales con su mujer y tres hijos a las Baleares o a la costa de Cornualles.

Esa forma de supervisión hace que, en lugar de marcar la agenda, el primer ministro se dedique a intervenir sólo cuando hay crisis por decisiones de su equipo o por maniobras de sus rivales políticos. Pero es entonces cuando sale el mejor Cameron, como en su esfuerzo de última hora para evitar la derrota en Escocia con su promesa de reforma autonómica.

"Es el gran escapista de Downing Street", le define el ex diputado conservador Matthew Parris. Janan Ganesh, comentarista político del FT, explica que Cameron es "un hombre convencional que hace cosas no convencionales cuando está contra las cuerdas". El problema, apunta Parris, es que "con cada truco de magia que hace Cameron para salir de situaciones comprometidas, la duración del embrujo dura cada vez menos".

Lo peor para Cameron es que la falta de visión y estrategia a medio plazo puede ser lo que impida su reelección en mayo de 2015. La campaña va a estar dominada por la reforma constitucional y el futuro de Reino Unido en Europa, cuando a Cameron le hubiera interesado centrarla en la economía y la salida de la crisis bajo su mando: Reino Unido es el país de Europa que más crece actualmente y su tasa de paro es inferior al 7%.

Con los laboristas por delante en las encuestas, pese a la escasa popularidad de su líder Ed Miliband, el actual primer ministro necesitará su mejor truco para seguir en Downing Street. Una alianza con los nacionalistas escoceses en Westminster (más poderes para Edimburgo a cambio de sostenerle en el poder) sería el remate final a un periodo de emociones fuertes.