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En el marco del Mundial de Rusia 2018 la movilidad se convierte en todo un placer

jueves, 21 de junio de 2018

El cuaderno de viaje por las sedes del mundial pasa por el metro más puntual y de mayor frecuencia del mundo, como también por el transporte informal.

Víctor Diusabá Rojas

Son las 3:00 a.m. en Kazán, 815 kilómetros al oriente de Moscú, a todas luces más Asia que Europa. Aunque mejor es decir que son las 3:00 a.m. en Kazán. A esa hora, un sol digno de gafas deportivas y bermudas ilumina esta ciudad, una de las 10 más importantes del país, y capital de la república de Tartaristán.

El hombre que se acerca al bus de la Fifa que nos ha traído (a hinchas mexicanos y colombianos) desde el aeropuerto al centro de la ciudad enseña todas las intenciones de buscar clientes para su carro particular, un modelo no superior al 2010. En Rusia, aparte de los taxis y aplicaciones como Uber, el transporte informal de pasajeros es una vieja costumbre.

El destino, un modesto hostal ubicado en las afueras del centro y por el que pagamos $206.000 por dos noches para dos personas, está cerca, no necesariamente a tiro de piedra. Luego de mirar la dirección enseña los dedos de las manos para significar que la carrera vale 500 rublos, US$10.

Sobreviene entonces otra tradición de los rusos, bien conocida por los latinoamericanos, el regateo. En esta tierra regatean lo taxistas callejeros con licencia y todo lo que se asemeja a ellos. “¿Cuánto ofrece?”, parecen decir con un gesto de fácil interpretación, acompañado de palabras en la lengua local. En Rusia se habla poco inglés. Lo hacen más los jóvenes. Y no es exagerado decir que hay una especie de resistencia cultural en ese sentido, lo que tampoco se puede interpretar como un sentimiento de rechazo a lo que viene de afuera.

Por el contrario, si algo parece claro, al menos tras el aterrizaje en esta sociedad, siempre enigmática, es que en el mundo hay gente amable, y los rusos. Atentos siempre y solidarios, aún más.

El hombre acepta que sean 350 rublos ($18.000), tras esbozar una sonrisa que conlleva el mensaje de “está bien, gana usted y gano yo”. En cosa de 10 minutos llegamos al destino. “Éider (o algo parecido) es mi nombre”, masculle en relativo inglés, mientras pone las maletas en la puerta y deja un teléfono para llamarlo.

Igual, minutos antes, ha puesto en ejercicio el traductor de voz de su teléfono en el intento por hacerse entender. Como en todo el mundo, la telefonía móvil manda y los precios son manejables. Un plan ilimitado de datos por 15 días, más 500 llamadas locales vale 1.700 rublos (alrededor de $75.000).

Y si se toman los precios de lo que vale moverse en las ciudades, y entre ellas, como indicadores de qué tan caro es este país, hay que llegar a la conclusión de que no es un destino costoso. Por ejemplo en Moscú, gracias al sistema de metro y los autobuses y tranvías, es posible ahorrar mucho y, a la vez, llegar a tiempo.

En ese sentido, el metro mismo merece capítulo aparte. Herencia de los duros tiempos de José Stalin, y una de las escasísimas cosas buenas que asocian hoy a su memoria, porque, de hecho, ha sido borrado de casi todos los lugaresa a donde había impuesto su melagomanía y su puño de hierro.

Herencia, decíamos, del dictador, el metro es una inagotable cadena de servicio en frecuencias que abruman. Antes de dos minutos(que incluso pueden ser uno y medio) pasa un tren, en todas sus líneas. Quién sabe cómo se dirá en ruso llegar tarde a una cita, pero costará como argumento echar la culpa a la deficiencia de los recursos para transportarse.

Los viajes se pagan con el mismo sistema de tarjeta que se usa en el mundo entero. La diferencia enorme está en las tarifas y en lo dicho, la abundancia de oferta de trenes. Y si el metro de Moscú se ha sometido en los últimos años a una prueba de eficiencia, la del Mundial de Fútbol puede ser una de las mayores, si no la más de todas ellas.

Pues hay que decir que ha salido avante, y con creces. El día mismo de la inauguración del torneo, quienes iban al partido Rusia -Arabia Saudita, coincidieron en la línea de metro con quiénes iban a vivir el hecho en la zona reservada para hinchas. A la hora crítica, en ese trayecto, el metro se veía con mayor ocupación pero jamás congestionado. La frecuencia de los trenes rayaba casi en el minuto entre uno y otro.

Los moscovitas aman su metro y, así no lo demuestren cuando van en él, se sienten orgullosos de su eficiencia. No disimulan ese sentimiento es cuando ven a los turistas (19 millones pasaron por aquí en 2016 y con el Mundial, este 2018 batirá todos los récords) fascinados con lo que se encuentran en esa ciudad subterránea.

En muchas de sus estaciones hay todo tipo de atractivos. Desde galerías de arte que se mezclan con la historia de este pueblo (de la que también sacan pecho, quizás como ningún otro en el mundo) hasta otras que sirven de escenarios para conciertos de música clásica, por su calidad acústica.

Además,en el metro hay lo que podríamos llamar alma y corazón ruso. Y, cómo no, humor ruso. “¿Quiere saber si el metro que ha tomado va para el centro de la ciudad o para los suburbios?”, nos dice Rodolfo, un venezolano que estudia en Moscú.

“Es fácil. Si la voz que anuncia las paradas (en ruso e inglés) es masculina, usted va para el centro. Se debe asimilar al hecho de que es el jefe el que te habla y, en consecuencia, te diriges al trabajo. Pero si es voz de mujer la que sale por el altoparlante, eso se asocia con que te habla tu mujer o tu mamá.

Mejor dicho, deade tu casa. Conclusión, vas hacia las afueras”. Machista o no; o quizá, cosa de otros tiempos, lo cierto es que la fórmula se ha inculcado de generación en generación.

Igual de afortunado resulta moverse en los medios masivos que andan en la superficie. Los buses, troleybuses y tranvías (algunos de estos últimos piezas de museo en perfecto estado) no dejan acumular pasajeros en los paraderos, porque vienen en cascada, sin generar congestión.

Y las tarifas son económicas. O más que eso. Pueden ser de 30 centavos de rublo, e incluso menos, por trayecto, es decir unos $1.000 Y los horarios también son generosos. Desde las de 6:00 a.m. hasta la 1:00 a.m., y a veces una y media de la madrugada del día siguiente. Sí a esa hora usted está en una estación, tenga la seguridad que llegará a donde se dirige, relata Rodolfo.

Esa, la movilidad, hecha con orden y precisión es la cara oficial de un sistema que logra sacar admiración en turistas y visitantes. Como a la vez, hombres como Éider enseñan el rostro de la informalidad, casi siempre ejercida, hasta donde se puede ver en estos primeros días de desembarco, con rasgos de amabilidad y sin abusar de la ingenuidad del visitante o del temor natural a lo desconocido.

Esas imágenes, tanto las de un Estado que enseña uno de sus perfiles del buen funcionamiento, como las de quienes hacen su agosto en este junio de Mundial, serán referentes para futuros visitantes.

Rusia ha invertido entre US$15.000 y US$30.000 millones en hacer de esta cita del balón no solo la más cara de la historia sino, y eso lo sabe bien su presidente Vladimir Putin, la más efectiva en términos de marketing. Y cómo va en estos primeros días, todo apunta a que lo va a lograr. De la mano de la infraestructura, pero no menos de sus gentes, cálidas, más allá del verano que ya asoma con fuerza.

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