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“He hecho lo que consideré mi deber, por lo tanto dormiré para la eternidad"

viernes, 6 de diciembre de 2013
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Germán Corcho Tróchez

Su liderazgo en los movimientos contra el Apartheid es imborrable. Por lo que logró y cómo lo hizo, Nelson Mandela es considerado uno de los más dignos descendientes de la filosofía de la ‘No violencia’ que se inició con Gandhi. 

El primer paso hacia la inmortalidad fue renunciar a su derecho hereditario a ser jefe de una tribu Xhosa. Una decisión con un propósito claro: ser abogado. Y lo fue. En 1942 graduó de la Universidad de Witwatersrand, en su país.

Ya profesional, ingresó en 1944 al Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), el movimiento contra la opresión a los negros sudafricanos. Madiba –así lo llamaban en su nación–, fue entre 1951 y 1952 uno de los líderes de la Liga de la Juventud, que constituiría después el grupo dominante del ANC. Su ideología: un socialismo africano nacionalista, antirracista y antiimperialista.

En 1948, toma el poder sudafricano el Partido Nacional, que impuso la segregación racial a través del Apartheid.

El ANC defendía métodos de lucha no violentos. En 1952, Mandela pasó a presidir el Congreso, al tiempo que dirigía a los voluntarios que desafiaban al régimen. Un liderazgo que estorbaba al régimen, que en represalia ordenó 8.000 dtenciones. Mandela fue confinado a Johannesburgo, y allí estableció el primer bufete de abogados negros de Sudáfrica.

Cumplida sus condenas, reapareció en público promoviendo la aprobación de una Carta de la Libertad. Corría 1955. El mensaje era un Estado multirracial, igualitario y democrático, una reforma agraria y una política de justicia social en el reparto de los recursos.

El endurecimiento estatal terminó en 1956 con la creación de siete reservas o bantustanes, territorios marginales supuestamente independientes para confinar a la mayoría negra. El ANC respondió con manifestaciones y boicoteos que produjeron el arresto de casi todos sus dirigentes. Mandela fue acusado y juzgado por alta traición, pero liberado en 1961 por falta de pruebas.

Durante el juicio sucedió la masacre de Sharpeville (1960). La Policía disparó contra una multitud desarmada que protestaba contra las leyes racistas. Murieron 69 manifestantes. La matanza causó que el Gobierno declarara el estado de emergencia y aprovechó para arrestar a los líderes de la oposición negra. Mandela permaneció detenido varios meses sin juicio.

Aquellos hechos terminaron de convencer a los líderes del ANC de la imposibilidad de seguir luchando con no violencia, que no debilitaban al régimen y provocaban una represión igualmente sangrienta.

27 años tras las rejas
Mandela fue elegido en 1961 secretario honorario del Congreso de Acción Nacional de Toda África, un nuevo movimiento clandestino que adoptó el sabotaje como medio de lucha contra el régimen de la recién proclamada República Sudafricana. Dirigió además su brazo armado (la Lanza de la Nación). Su estrategia: atacar instalaciones de importancia económica o de valor simbólico, mas no contra vidas humanas.

Al año siguiente viajó a diversos países africanos recaudando fondos, recibiendo instrucción militar y haciendo propaganda de la causa sudafricana. A su regreso fue detenido y condenado a cinco años de cárcel, pero en un juicio posterior contra los dirigentes de la Lanza de la Nación, le impusieron en 1964 cadena perpetua. Ese mismo año fue nombrado presidente del ANC.

Permaneció 27 años prisionero en penosas condiciones. El Gobierno de Sudáfrica rechazó todas las peticiones de que fuera puesto en libertad. Así, Mandela se convirtió en un símbolo de la lucha contra el Apartheid dentro y fuera del país.

A 20 años de la sentencia, el Gobierno intentó acabar con quien ya era un mito. Le ofreció la libertad, si aceptaba establecerse en uno de los bantustanes a los que el régimen había concedido una ficción de independencia. Madiba, sin embargo, rechazó la propuesta

Fredereik De Klerk, presidente de la República por el Partido Nacional, cedió finalmente ante la evidencia y abrió el camino para desmontar la segregación racial. Ordenó en 1990 la libertad de Mandela, y lo convirtió en su principal interlocutor para negociar el proceso de democratización. Mandela y De Klerk compartieron en 1993 el Premio Nobel de la Paz.

Al año, las elecciones convirtieron a Mandela en el primer presidente negro de Sudáfrica. Al frente del país puso en marcha una política de reconciliación nacional, manteniendo a De Klerk como vicepresidente.

Mandela impulsó asimismo la redacción de una nueva constitución para el país, que fue finalmente aprobada por el parlamento en 1996. Un año después cedió la dirección del ANC a Thabo Mbeki, destinado a convertirse en su sucesor en la presidencia.

Tres meses antes de finalizar su mandato, anunció que no pensaba presentarse a la reelección. Le sucedió en la presidencia Mbeki, vencedor en las elecciones de 1999.

“La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que él considera como su deber para con su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que he hecho ese esfuerzo y que, por lo tanto, dormiré para la eternidad”. Esa fue una de sus frases célebres. Y él la encarnó. 

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