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Analistas 15/08/2025

Inframundo

Yamid Amat Serna
Creador conceptual

Hay instantes en los que la vida se parte en dos y, de repente, no nos encontramos en ninguno de los pedazos rotos. Quedamos suspendidos en un territorio extraño, el cual no es del todo pasado, ni mucho menos futuro.

Es un lugar intermedio que se asemeja al vacío. Un limbo. Un espacio donde el silencio deja de ser paz para convertirse en eco que aturde y devuelve con fuerza las preguntas propias, sonido estridente que carece de respuestas. Allí, la fe y la razón se quiebran al mismo tiempo.

No hay mapa, la brújula gira sin dirección alguna. En ese lugar, se camina a tientas, huele a piedra fría, se respira el aire espeso, se siente el piso incierto y lo único cierto es la pérdida del rumbo.

Cada tradición le ha dado un nombre distinto a ese momento y a ese espacio, pero en todas hay algo en común: el fondo. Se toca el fondo y se asciende en busca de la luz.

La noche oscura del alma, en el cristianismo, la cual supo vencer Jesús con su resurrección.

El bardo, en el budismo, estado que enfrenta el apego y prepara la liberación y el renacimiento, fue experimentado por Buda y de ahí emprendió el rumbo a su iluminación.

El profeta Muhammad y la fitna en el islam, tribulación que purifica y redefine la fe y la identidad.

Midbar en el judaísmo: las pruebas profundas de la soledad que forjan una misión renovada, como Moisés, guía de su pueblo, y su tránsito por el desierto.

Tapas, en el hinduismo; disciplina y sacrificio que desde el dolor quema impurezas para revelar la esencia: Arjuna y sus miedos.

O en el inframundo en la mitología, momento en el que Orfeo desciende al Hades y regresa transformado por el poder del amor y el arte.

En todos los casos, se logró la reconfiguración de la misión, la creación de un legado, el vencimiento de la muerte, la redención, la inspiración de un pueblo, la transformación interna y profunda, la liberación del sufrimiento, la misión espiritual, la base moral, la determinación para poner fin al ciclo de la agonía, la limpieza del resentimiento, entre otros.

Todos alcanzaron un nuevo nivel de claridad, propósito y conciencia. Todos pasaron de actuar desde la ambición y la reacción para integrar una visión más amplia orientada al bien común. Todos estos hechos y personajes se convirtieron en punto de referencia para poder entender cómo atravesar el dolor y emerger con sentido.

De una u otra manera, la historia cuenta que nada puede ser un castigo eterno, que en el fondo de la oscuridad renace la esperanza y en la vuelta somos mejores seres, pero… extrañamente, este territorio se viste de infierno cada cuánto.

Aquí no ha bastado nada, nada se ha aprendido; no bastó el asesinato de Rafael Uribe Uribe, el de Jorge Eliecer Gaitán, el de Jaime Pardo, el de Luis Carlos Galán, el de Bernardo Jaramillo, el de Carlos Pizarro, el de Álvaro Gómez, el de miles de jóvenes y de mujeres inocentes y ahora el de Miguel Uribe.

Nada es suficiente; alguna excusa ideológica perversa siempre justifica la muerte y el limbo; parecería una condena, una incapacidad profunda de trascender y ascender. Aquí se pierde la ilusión y la historia única es la reina, como si el inframundo no tuviera fin.

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