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“Recen por mí, y los que no rezan, mándeme buena onda”.
Esta frase es una de las tantas que pueden describir el alcance del Papa Francisco, la dijo hace un tiempo en una de esas intervenciones propias de él, de las muchas que tanto sorprendían y conmovían, lo hizo cuando su salud era más fuerte y robusta, la simpleza de la misma es tan profunda como casi todos sus planteamientos, abarca un universo de respeto, calidez, cercanía y, por supuesto, de “buena onda” y es que Francisco representa eso, es un ser con “buena onda” su aproximación hacia a los fieles de la iglesia que representa, ha sido restaurativa en sus formas y por supuesto en su fondo, volvió a tejer el deseo de la fe y la esperanza, limpió la vergüenza que a muchos afligía ante la decadencia de algunos miembros que la llevaron a un enorme desprestigio, no siendo poco esto, ha generado en creyentes de otras disciplinas religiosas, respeto, admiración, moderación y empatía, y no siendo menos esto, incluso en agnósticos ha dejado sembrado, a través de figura, un sentimiento amable, grato, diáfano, provocado por su humildad, su bondad y su autenticidad, no los convirtió, jamás fue su idea, pero producto de su manera siempre deferente y de sus consideraciones solidarias, ha producido en ellos tolerancia y compasión, y así lo hizo con los menos favorecidos y con todos en general, el abrazo que el Papa ha brindado al mundo, creo que a nadie ha asfixiado, pues en evidencia ha quedado que sus gestos espirituales y cotidianos están cargados de “buena onda” en medio, a propósito, de un mundo lleno de mala onda.
Francisco está agonizando, esperemos todos lo mejor para él, un ser que ha trasmitido en vida energía positiva, genuina, accesible, abierta, bien dispuesta, una actitud empática y sin pretensiones, un ser que no ha complicado las cosas, que ha aportado a través de su buen humor, de esas cualidades que hacen que los demás se sientan siempre bienvenidos a su espacio, a su narrativa, a su observación de la vida, un ser con vibración tranquila, que no se ha sentido superior a nadie, su presencia ha sumado, no drena, no ha impuesto ni descalificado a los demás, ha expresado cariño sincero, ha motivado e inspirado, son múltiples sus atributos, y en mi caso me ha invitado a reflexionar sobre lo fácil que es ser “buena onda” no alterar los momentos gratos, no ser víctima de nada, ver el lado bueno de las cosas, disfrutar la vida, conocer más sobre el mundo de los otros y respetar el espacio de los demás, expresar cariño de manera sincera, sonreír, saber escuchar, no invadir, adaptarse a las cosas, no conflictuar con situaciones menores, disfrutar sin necesidad de llamar la atención, no guardar rencor, hacer que los demás se sientan bien, emitir siempre un mensaje de alegría, no tensionar a nadie, dejar a un lado los fantasmas, no enredar las cosas, permitir a los demás ser felices y ser felices con las cosas más simples de la vida.
No es tan difícil ser “buena onda” y serlo, puede cambiarlo todo; el núcleo de la familia, el ADN de una empresa, el corazón de un proyecto, el caminar cotidiano, ser “buena onda” es sinónimo de fertilidad, de grandeza, de prosperidad, es hacerse árbol frondoso, es provocar que otros se entusiasmen y crezcan, es dar vida, es construir memoria, es respetar el ejercicio de vivir.
Es posible que el Papa Francisco parta muy pronto de este plano, al momento de entregar este escrito, su estado era crítico, como crítico es el estado de las almas, las familias y las empresas y organizaciones que han olvidado el hermoso valor que tiene la simpleza de ser así, como él mismo alguna vez pidió que fueran las oraciones y deseos en su nombre: “buena onda”.