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Analistas 10/07/2025

Escapar

Yamid Amat Serna
Creador conceptual
La República Más

Algunas veces, lo real duele con suma intensidad. Por momentos nos sentimos atravesados por una presión invisible pero constante. Una serie de necesidades que saturan: mantenerse informados, opinar, no fallar, entenderlo todo, tener una posición ante todo, producir, ser sostenibles, independientes, emprendedores, prósperos, saludables y, como si fuera poco, gestionar con éxito los vaivenes de la vida cotidiana y el terror que manifiestan los titulares del mundo exterior.

Estamos abrumados, agobiados, encapsulados en lo que esperamos o esperábamos de nosotros mismos y del mundo, sintiendo en la piel todo lo que no se hizo, no se ha hecho o no se pudo hacer, sin manera de detener el instante y contemplar volver a empezar. La mirada sobre la lista de pendientes cotidianos no termina y la que repasa los sueños y propósitos no descansa. El “bello” anhelo de crecer no advierte principio ni fin.

El deseo de “escapar” ha tocado a la puerta. Es un fenómeno humano profundamente comprensible, pero transita por una línea entre lo válido y lo perjudicial. Si es refugio, calma; si es negación, condena.

Vale “escapar” del ruido y buscar alivio temporal en el silencio, vale “escapar” para buscar espacios de creación y reflexión, vale tomar distancia en busca de claridad; en estos casos no es huir, es pausar, es respirar para poder seguir. Es también una forma de cuidado.

Lo complejo es cuando el escape se hace fuga, cuando huimos de lo que incomoda y buscamos en la evasión diferentes formas de anestesiar el presente, o en la rueda de la fortuna, una manera única de resolver los días por venir.

En Colombia, esta necesidad de escape se refleja en números. Por lo menos algunos datos así lo reflejan: en 2024, los hogares gastaron en entretenimiento aproximadamente $5 billones; ese mismo año, las familias aumentaron en un 19% su inversión en ocio, bebidas alcohólicas y actividades ligadas al placer.

Este consumo no es un lujo: muchas veces es consuelo, una forma de adormecer frente al agotamiento colectivo.

Pero quizás el ejemplo más claro -y más extremo- del escapismo contemporáneo sea el juego de azar. En 2023, las apuestas en línea y tradicionales movieron más de $35 billones, equivalentes a cerca del 2% del PIB colombiano.

Para 2024, ya se registraban más de $28 billones apostados solo en los primeros ocho meses. Apostar se volvió un acto cotidiano para millones de personas que buscan ganar algo en medio del caos, cambiar su suerte con una rifa, un chance, un raspa y gana. Y esto no es nuevo, la historia lo demuestra: en tiempos de recesión, de guerra o crisis, el azar se convierte en refugio.

Tras la quiebra de los bancos en Islandia en 2008, quienes se vieron más afectados fueron un 52% más propensos a comprar lotería. Múltiples investigaciones muestran que, durante las recesiones, el gasto en juegos de azar se incrementa sensiblemente como una forma de creer que el azar concede una salida frente a la incertidumbre. En los momentos de mayor oscuridad colectiva, la esperanza se deposita en un número, en una suerte de milagro estadístico.

Según el Dane, la economía de nuestro país creció un 2,7% el primer trimestre de 2025. Este crecimiento se debe en gran parte al consumo privado, pero claramente, esta expansión no siempre se traduce en bienestar duradero.

Cuando la inversión estructural cae, el consumo parece más una reacción emocional que una construcción colectiva. Vivimos en una economía que se alimenta de nuestro agotamiento emocional.

No se trata de negar el escapismo. Buscar refugio, desconectarse, distraerse, divertirse, gastar, jugar no es señal cierta de debilidad. Es humano. Se trata de entender de dónde proviene y a dónde va, para evitar, ojalá, que se convierta en desconexión permanente, pues si el escape es partida sin conciencia, es más tumba que asilo.

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