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Amanecer del 14 de noviembre de 1985: un piloto de fumigación que se alistaba, desde el aire, para atender cultivos de arroz y algodón en el norte del Tolima divisó desde el aire las ruinas de Armero, que ocho horas antes era un pueblo de 27.000 habitantes, pero por efecto del deshielo del volcán nevado del Ruiz fui destruido.
Su mensaje de angustia fue la primera noticia que se supo en Ibagué y luego en Bogotá. Por la época, lo más moderno que había en el mundo era Nintendo, empresa japonesa de videos y juego electrónicos. No existía internet que solo con la creación de la World Wide Web (WWW) comienza a ser pública masivamente a principios de los años noventa. Nada que ver con la actualidad para repartir culpas.
Los mapas de riesgo que mostraban que Armero podría ser duramente afectado por una erupción fueron distribuidos en agosto de 1985, dos meses antes del suceso, pero en el Congreso de la República se acusó a la Defensa Civil y a las agencias científicas de alarmistas, pues la última gran erupción del Ruiz había ocurrido en marzo de 1595. San Lorenzo fue creado 300 años después y a comienzos del siglo pasado (1908) se le dio el nombre de Armero, en honor al héroe español José León Armero.
El país no tenía ningún instrumento institucional para una emergencia como esa, considerada la segundo más letal del siglo XX. La primera oficina de atención de desastres se creó en 1989 y la famosa Ungrd en 2012, que de haber existido en ese momento tampoco hubiera hecho algo importante, pues ni siquiera ha logrado atender con eficiencia la mini avalancha de Mocoa. Y hoy es un nido maloliente.
Armero, llamada “La Ciudad Blanca” por ser el productor más importante de algodón en el país, primer productor de arroz, innovadora región ganadera y centro agrícola sin par fue uno de los municipios más ricos de Colombia y junto con El Líbano, Mariquita, Ambalema y Honda era un polo de desarrollo muy próspero y el nivel de vida comparativo era muy alto.
¿Falló el estado colombiano? Sí. ¿Falló la dirigencia política? Sí. ¿ Falló la clase empresarial? Sí. Y no propiamente para prevenir la erupción, sino para atender la emergencia y el programa de recuperación. Un ejemplo lo dice todo: el gobierno del momento expidió la normatividad (creación de Resurgir) pero su implementación fue extremadamente lenta. La Ley que establecía los mecanismos tributarios y económicos para estimular la inversión empresarial solo fue expedida en diciembre de 1987, dos años después de la catástrofe, pero por un tiempo muy limitado. Pese a los anuncios de creación de empresas, la realidad comprueba que fueron muy contadas las inversiones y escasísimas en la región. Solo en Ibagué hubo alguna reactivación empresarial, de la cual hoy no queda nada.
Los parlamentarios del Tolima eran grandes “prohombres” del momento como Alberto Santofimio, Rafael Caicedo, Jaime Pava Navarro y el entonces joven Guillermo Alfonso Jaramillo, hoy ministro de Salud y el ministro de Agricultura también tolimense. Como siempre, carreta y politiquería. Cuando el gobierno nacional pidió nombres de la región para nombrar al director de Resurgir, los dirigentes tolimenses no se pusieron de acuerdo.
Nunca se olvidará a esa querida tierra de Armero, pero Tolima (como seguro hubiera pasado en otras regiones) perdió la gran oportunidad de dar testimonio de su pujanza emprendedora. A comienzos de los noventa, el departamento tenía el 3,3% de la población nacional y hoy es 20% menos y su PIB pasó de ser el 3,2% en la década de los 80 a solo en 2,1% ahora, una tercera parte menos.
¿Dónde quedó la pujanza y la orgullosa altivez del guerrero Pijao? Qué bueno que solo fuera un letargo.
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