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En su atractivo libro “Sapiens” (2011), Harari nos relataba cómo debió fraguarse en épocas cavernícolas el liderazgo de los alpha-machos a la hora de sobrevivir mediante la cacería con rudimentario armamento. Destacan los antropólogos la particularidad del homo-sapiens generando dicho liderazgo sobre la base de “promesas”, “historias” y “relatos”, muchas de las cuales no tenían sustento empírico ni pruebas que la soportaran.
Esta diferencia de comunicación-verbal-elaborada hace a nuestra especie única en materia sociológica y explica, en buena medida, la capacidad organizativa lograda en los últimos 6.000 años. Ninguna otra ha logrado aglomerar a millones de su misma especie bajo la búsqueda de particulares objetivos y organizar el trabajo mancomunado en pos de ellos.
Las tribus de homo-sapiens se han agrupado conforme a la credibilidad que van ganando su historias y relatos. Pero no se trata de un “entretenimiento”, pues es a partir de allí que se van tejiendo complejas organizaciones sociales. Se iniciaron con excursiones sobre la mejor forma de cazar bisontes, pero los lideres que así se posicionaron ganaron dominación sobre la tribu y su futuro.

Y en materia de comunicación, ahora Harari (2024 “Nexus”) ha producido una obra inclusive superior en su calidad argumentativa. Su hipótesis central es que los actuales movimientos anti-establecimiento tienen complejas raíces de retroalimentación masiva y carecen de adecuada verificación de los hechos. Luego podría pensarse que “adecuados validadores” y mejor difusión sobre los hechos llegarían a contrarrestar estas fuerzas disruptivas de la masiva desinformación.
No obstante, Harari argumenta que “más información” no conducirá a esclarecer los hechos, pues dominan los factores de “sesgo de confirmación” (utilizando la jerga el premio Nobel Thaler, que curiosamente Harari no cita). La “visión ingenua” sobre qué es lo que genera “la conexión” descansa en pensar que más información aclarará los hechos. Pero precisamente el desarrollo tecnológico reciente de “redes sociales” nos está demostrando es el triunfo de la desinformación y de los regímenes dictatoriales (China, Corea del Norte, Rusia). Aun regímenes democráticos han entrado en fase “disfuncional” al recortarse los balances-y-contrapesos de la Rama Judicial, como en EE.UU. bajo la era Trump (2016-2020 y 2025-2029).
Harari analiza en detalle el posicionamiento histórico del catolicismo en sus 2.000 años de historia, basado en ese gran libro Bíblico de fabulas y parábolas (… realmente estructuradas para mentes con ingenuidad infantil, de allí su gran acogida universal). La elaboración de “sus escrituras” y las diversas versiones han cumplido bien su propósito: credibilidad e infalibilidad (llevada al nivel de “actos de fe”).
Y, por supuesto, se tienen los “validadores” institucionales de sus respectivas “iglesias” pregonando masivamente la validez de dichos mensajes, de la misma manera que operan los “brujos de la tribu”. Particular interés histórico tiene el relato de las oleadas “inquisidoras” montadas, previas a las de España, en Múnich y Bamberg (1600), donde se calcula que 8% de la población fue a la hoguera para preservar “las instituciones validadoras”.
Y se pregunta Harari si acaso no cabía esperar que la aparición de la imprenta, en 1440, llegara a debilitar el papel validador de la iglesia al tenerse entonces diferentes versiones de la biblia. Y la respuesta es que se tuvo mayor difusión de “la biblia-oficial-católica” con viejos y nuevos testamentos, pero también “competencia” por diversas versiones que dieron lugar a una gran diseminación de sectas, muchas proponiendo que “el nuevo mesías” ya estaba en camino. En este sentido “mas información” uniforme no solucionó el problema, sino que dio lugar a mayor “cacofonía-religiosa”, donde los actos de fe deben sobreponerse a diversas versiones.
Pero este problema de “relatos creativos” no sería tan grave si se circunscribiera a lo que cada cual quisiera creer en materia religiosa o cultural. El problema grave aparece cuando estos “relatos” tienen un gran poderío político, tal como se comprobó precisamente un siglo atrás durante el auge del fascismo inventado por Mussolini en Italia y llevado a su máxima expresión en la Alemania bajo Hitler. El aparato propagandístico (de arriba hacia abajo) jugó papel preponderante en los regímenes autocráticos de China y Rusia durante 1935-1965. Estos solo tuvieron algunas distensiones al virar China hacia el “social-capitalismo”, a partir de 1979, y la perestroika en la Urss, durante 1989-2001, pero con estruendoso fracaso ante la llegada plutocrática de Putin, completando 25 años en el poder.
Al finalizar este libro sobre comunicación, Harari se pregunta por el papel de la inteligencia artificial en materia de liderazgo informativo y concluye que, en realidad, no será muy diferente de lo vivido hasta la fecha, salvo por su acelerada difusión. Ya bajo la era del internet (completando 25 años) los principios de validación-eficaz se han ido desvaneciendo y solo quedan pocos medios de comunicación que por su calidad son generadores de opinión. Y en elecciones estos medios de calidad tendrán una exigente tarea a la hora de contrarrestar tanta basura informativa que le impide al ciudadano común discernir sobre alternativas tan complejas como la transición energética.