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Analistas 12/07/2021

Desarrollo socio-económico: combatiendo hambre y creando ideas

Sergio Clavijo
Prof. de la Universidad de los Andes

Marx y Engels (en auge durante 1844-1894) crearon el “materialismo histórico” al postular que “el modo de producción” (su forma organizativa) determinaba el marco político que daría cierta permanencia a la distribución de la propiedad (tierra, insumos y capital). Así, el Estado conforme a principios feudales o capitalistas terminaba siendo la expresión política a nivel de la llamada “super-estructura”. Las sociedades convivían bajo esos “arreglos” institucionales por siglos, hasta que se alteraba la distribución de los factores productivos y de allí emanaban nuevas formas Estatales.

El sentido de causalidad postulado por dicha teoría marxista era que la organización productiva determinaba el arreglo Estatal; dicho de otra manera, la estructura productiva sobre-determinaba la super-estructura Estatal. Coloquialmente, ello llevaría a concluir que la forma en que se combatía “el hambre” determinaba las ideas sobre organización político-Estatal.

Después vendría Max Weber (en auge durante 1890-1920) quien invertiría el orden de preeminencia: eran las ideas (principalmente religiosas) las que determinaban la organización productiva. Weber aportó sus experiencias sociológicas basadas en la consolidación del protestantismo y la forma en que se aceptaba que la ética del trabajo y la construcción de la familia validaban el disfrute de la acumulación del capital. Era entonces la super-estructura de ideas-puritanas las que habilitaban la organización productiva capitalista, contradiciendo el sentido de causalidad marxista.

Estos debates académicos han completado casi dos siglos y se pensaría que “la sociedad práctica” bien podría abstraerse de esas áridas elucubraciones histórico-filosóficas, donde ha primado una retórica que busca la fuerza-fundamental (como si solo hubiera una). Pero resulta que los movimientos anti-establecimiento de las dos últimas décadas (pasando por “ocupar Wall Street” hasta “chaquetas amarillas”) han puesto de presente la importancia de dilucidar si lo que anda mal es “el modo de producción” (la forma de combatir el hambre) o “la super-estructura” (la forma organizativa Estatal).

La historiadora McCloskey (2010, “La Dignidad de la Burguesía...”; ver imagen adjunta) ha venido argumentando que la dignidad y creatividad innovadora de la burguesía ha triunfado en combatir la pobreza a nivel global, reduciéndola de forma general a niveles inferiores a 10% en el mundo desarrollado y a 25% en emergentes, antes de la pandemia. Y, para ella, la fuerza-fundamental ha provenido de la capacidad organizativa-innovadora que generan las ideas (no necesariamente las religiosas, sino las nuevas formas de hacer las cosas).

Sin embargo, ella parece obsesionada con la idea de una única causa y hace esfuerzos (poco convincentes) de que fueron únicamente las ideas las causantes del desarrollo. En orden cronológico, ella desecha: la conquista de América o las nuevas rutas de comercio a partir del Siglo XVI; la imposición del esclavismo; la búsqueda de economías de escala y la especialización en los cultivos de caña de azúcar, palma o cereales; o la expansión de los ferrocarriles en el Siglo XIX; o el descubrimiento (per-se) de la máquina de vapor y la disponibilidad de carbón en Manchester-Inglaterra; o, quien lo creyera, desecha la especialización de la mano de obra y su disparo en productividad que permitiría la acumulación del capital productivo.

Ella insiste en que la única causa ha sido la creación de ideas innovadoras a través del intercambio-verbal, dejando por fuera inclusive el papel de los científicos (o reconociéndoles solo su documentación). Sería la burguesía y su práctica diaria de prueba-error lo que ha perfeccionado el aparato productivo. Siendo una eminente historiadora, por décadas vinculada a la Universidad de Chicago, sorprende su obstinación en buscar una única causa en la super-estructura. Creemos más bien que existen múltiples y variados determinantes del desarrollo. Habiendo sido ella Marxista de joven (como quien escribe), sorprende que McCloskey ahora concluya, a la Weber, la sobre-determinación de la estructura productiva a manos de las ideas, como si estas sugieran en abstracto.

Alcanzan una mejor explicación socio-histórica Acemoglu y Robinson (2019, “El Estrecho Corredor...”) al aceptar un complejo juego entre el Estado, la Sociedad y las fuerzas cambiantes que emanan del clamor por mayor libertad económico-política. Esta trilogía en la versión McCloskey sería: Burguesía (empresarial), Orgullo (que busca nuevas ideas) y la libertad, en el fondo no muy diferente de la de Acemoglu-Robinson. Pero la diferencia radica en que estos dan mucho mejor soporte histórico-empírico al papel jugado por múltiples factores, incluyendo a veces los culturales-religiosos y hasta los geográficos que poco les llaman la atención a estos últimos.

Han sido más bien Sachs (2005, “The End of Poverty”) y Collier (2018, “The Future of Capitalism”) los que le han enfatizado factores climáticos-geográficos. Pero todos estos autores, exceptuando a McCloskey, aceptan el papel de múltiples factores en la determinación y causalidad bi-direccional entre la forma de producir los bienes-servicios y las organizaciones Estatales que de allí se derivan. He ahí la complejidad de las soluciones a la hora de buscar nuevas rutas Estatales en pos-pandemia.

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