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Analistas 07/09/2022

De Santiago a Lima y a Bogotá

Santiago Castro Gómez
Expresidente de Asobancaria

El resultado del Plebiscito Constitucional en Chile tuvo consecuencias sísmicas. De manera aplastante, los votantes de todas las regiones del país austral rechazaron un texto de tinte muy progresista y altamente ideologizado. Lo paradójico es que con la elección de Gabriel Boric en diciembre pasado, y las mayorías de izquierda en la Convención Constituyente, era claro que los chilenos querían un cambio. Pero no querían una “refundación” completa de la nación. En esto, Chile mostró madurez política y sensatez, forzando al gobierno a buscar ahora consensos con las diferentes fuerzas políticas para encontrar un camino viable a una nueva Carta Magna, que mantenga y defienda las libertades actuales, y amplíe la cobertura social.

En el contexto regional, no escapa la pregunta sobre las repercusiones que este hecho pueda tener en los dos países que junto a Chile han liderado un milagro económico en los últimos cuarenta años muy por encima de la media de América Latina…Perú y Colombia. Chile tomó la batuta de crecimiento en los ochenta, Perú a finales de los noventa, y Colombia en la última década y pico. Millones salieron de la pobreza y se creó una clase media prospera y creciente. En Santiago y Lima tuvieron asiento gobiernos de derecha e izquierda, pero se protegió la economía de mercado. En Perú, esto se dio, increíblemente, en medio de inestabilidad política y cambios de gobierno demasiado frecuentes.

Colombia fue diferente al no haber tenido, durante este periodo, gobiernos de izquierda hasta la elección de Gustavo Petro, si bien el gobierno de Santos tuvo su apoyo para la reelección en 2014. Pero siempre han existido coaliciones políticas solidas para poder implementar agendas de gobierno, incluyendo el actual. Ahora bien, no veo ni iniciativa ni deseo para una reforma constitucional en Colombia. La discusión no es por ese lado. Lo que si hay es un proyecto de reforma tributaria cuya meta de recaudo podría alterar el equilibrio económico del país y afectar nuestras expectativas de crecimiento. Y, por otro lado, está la fatal consigna de cesar la exploración y explotación de combustibles fósiles. Aquí es donde hago el paralelo con Chile.

Falta mucho por discutir, y por experiencia propia se que el texto que sale aprobado suele ser diferente al que se presenta inicialmente. Pero este es el momento “Boric” nuestro, tanto para el presidente Petro y su equipo económico, como para las bancadas del Congreso. Los gremios en su totalidad, que generan buena parte del empleo en el país, han advertido que de aprobarse como está, quedaríamos con la carga tributaria efectiva más alta de la Ocde, con la consiguiente perdida de competitividad, inversión, y crecimiento. Pensaría uno que es tiempo de reducir las expectativas a una cifra de recaudo más sensata de $10 a $15 billones. Ni hablar de la política petrolera, que si bien fue promesa de campaña, tendrá que ser reevaluada en vista de las realidades geopolíticas mundiales y la situación nuestra de dependencia de un sector vital para nuestra estabilidad fiscal y económica.

La verdad es que Chile, Colombia, y Perú han competido para ser las estrellas del crecimiento en la región. Y cuando han estado en el precipicio de decisiones que lo puedan echar al traste, se han serenado y apartado del abismo. En Perú el legislador ha frenado las tendencias más extremas del presidente Pedro Castillo. En Chile lo hizo el electorado con abrumadoras mayorías. En Colombia, el camino puede ser incluso distinto y acordado, con una actitud más mesurada por parte del gobierno, y más altiva y deliberante por parte del Congreso.

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