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Analistas 18/01/2025

Un acuerdo para el respeto a las víctimas

Santiago Angel

En Colombia existió y existe un brutal conflicto armado que dejó cientos de miles de víctimas en el país. En todas las familias hay por lo menos una persona que cuenta las historias de la guerra con facilidad. Esas historias deben permanecer en la memoria colectiva y no se necesita ser de izquierda para inclinarse a respetar el dolor de los testigos.

Como periodista he tenido que escuchar relatos estremecedores de víctimas de los paramilitares, de las Farc y de los militares que cometieron actos horribles portando el uniforme. Quizás es difícil en medio de la polarización política que es cada vez más extrema y más intolerante, pero hay llamados a la humanidad para comprender el dolor y mirarlo con silencio y con respeto que nunca dejarán de ser necesarios.

En Medellín hubo una controversia porque la Alcaldía y un concejal en específico del Centro Democrático quisieron borrar un primer grafiti que era una protesta política, y luego un segundo grafiti que era una expresión artística y política sobre el dolor de víctimas de desaparición forzada.

Hay varios elementos para considerar en ese debate, que para algunos fue tan pasional pero al que todos deberíamos aproximarnos con sensatez y con empatía. Uno de los argumentos es que el primer grafiti, en el que se leía “nos están matando” no era por sí mismo un grafiti o arte sino un mensaje político en un espacio público. Quienes creen que el arte no debe ser político entonces no han entendido la historia de las obras artísticas como una forma de transgredir el poder y de convertirse en una protesta. La música, por ejemplo, en tiempos de guerra y los movimientos sociales que en los 60s usaron el arte para expresarse contra la violencia. La fotografía del hombre en China que se le planta a los tanques en Tiananmen es, sobre todo, arte. Arte político. El arte puede ser o no político. Esa debería ser una decisión libre del artista pero claro que puede ser una expresión política. Que peligroso un país en el que la libertad de expresión depende de si estamos o no de acuerdo con el mensaje.

Luego, vino el segundo grafiti borrado. El de las madres que llevan 20 años pidiendo que los cuerpos de sus hijos sean buscados en la Escombrera hasta que hace algunas semanas encontraron varios restos. Sus hijos fueron desaparecidos forzosamente. ¿Por quién? No se sabe y esa debe ser una conclusión solo de la justicia. Las acusaciones contra el expresidente Uribe son apresuradas y también parten del desconocimiento del contexto de crimen en la Comuna 13 en los 2000. La misma JEP ha dicho que no hay ninguna conclusión sobre las apariciones de esos restos y la Operación Orión. Utilizar el hallazgo como un arma política contra Uribe es insensato, pero esquivar la desaparición forzada probablemente por parte de actores del conflicto lo es también.

No creo que pueda existir un dolor más grande en la vida de un ser humano que el de la madre que un día deja de ver a su hijo o hija para siempre. Y entonces tiene que morir a su vida y volver a nacer para convertir su destino en el de una buscadora con la esperanza y la tragedia por delante, en un ciclo diario hasta que una muerte o la otra aparezcan.

Las discusiones sobre el espacio público son válidas. Para eso debe haber acuerdos entre los artistas y el gobierno local. Debe haber zonas autorizadas y acompañamiento. Pero la prohibición a la huella del dolor es francamente un capricho perdido. No hay nada que pueda callar al arte ni a la expresión del dolor en un país en guerra que necesita permanentemente gritar su catarsis y contar.

Yo no soy de izquierda, ni soy “mamerto”, concejal Guri. Solo tengo sentido común y compasión por el dolor de las víctimas. Y creo que todos deberíamos tenerlo.

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