Latinoamérica al mejor postor

Mientras las democracias occidentales se debaten entre sus disputas internas y sus urgencias, América Latina, con sus 650 millones de habitantes, parece estar siendo entregada sin resistencia a nuevos conquistadores. Esta vez no llegan con espadas ni flotas navieras, sino con créditos fáciles -pero impagables, municiones, becas y discursos redentores. Y lo más preocupante: con el beneplácito de quienes gobiernan.

En este vecindario también el caos se ha convertido en socio estratégico de modelos autoritarios que avanzan. Las democracias de la región, debilitadas por el populismo, la corrupción y una alarmante fragilidad institucional, han dejado abiertas las puertas a potencias que ven nuestros recursos naturales y la descomposición del Estado de derecho.

Mientras tanto, Estados Unidos y Europa se repliegan por sus propias tormentas domésticas, solo algunos países como Argentina, Salvador, Panamá entre otros pocos parecen estar haciendo la tarea de reposicionarse con diplomacia técnica y visión de largo plazo. El resto, entre egos presidenciales y discursos antidemocráticos, coquetea con modelos autoritarios que ofrecen una promesa tentadora: orden sin democracia, inversión sin transparencia, y soberanía sin derechos.

China, se presenta como el socio eficiente, silencioso y práctico. Ofrece trenes, represas, autopistas, becas y experiencias con financiamiento en infraestructura. Pero como advierte Julio Borges, detrás de esa fachada de neutralidad se esconde un sistema donde la libertad es prescindible. Ya controla 25 % del cobre del Perú, 100 % de la electricidad de Lima y un tercio de las reservas del Banco Central argentino. En Brasil, el yuan ha desplazado al euro como segunda moneda de intercambio. Es una colonización con contratos.

Rusia llega con otra narrativa: nostalgia, obediencia y orden. Apuesta por una visión conservadora basada en patria, familia y religión -que no pudieron acabar con el comunismo soviético-. Desde 2001 ha vendido más de US$15.000 millones en armamento a la región, entrena policías en Nicaragua, construye un centro nuclear en Bolivia y levantará una fábrica de municiones en Venezuela.

Irán, por su parte, ofrece redención religiosa y resistencia al “imperio decadente”. Su avance comenzó con una fábrica de bicicletas en Venezuela en 2007, y hoy opera zonas económicas especiales, entrena milicianos en Bolivia y promueve criptomonedas ligadas a redes extremistas y carteles. Quizás no busca solo aliados: quiere discípulos.

Estos nuevos aliados tienen algo en común: desprecian el modelo liberal occidental, exaltan una soberanía que no reconoce límites ni derechos, y ven en el caos un terreno fértil para expandirse. Axioma: Donde colapsa el Estado de derecho, florece el crimen organizado; y donde florece el crimen, crecen los regímenes autoritarios.

Según Transparencia Internacional, en Venezuela al menos nueve estructuras criminales operan tiene relación con el régimen: bandas, colectivos armados, guerrillas, redes de trata, carteles y el Tren de Aragua. Para la GAO de EE.UU., Venezuela es la plataforma del narcotráfico. Insight Crime ha documentado la expansión de laboratorios.

Según la ONU, América Latina es la región más violenta del mundo: 18 homicidios por cada 100.000 habitantes -casi el triple del promedio mundial-, y 70 % están vinculados al crimen organizado. Alrededor de 900.000 personas han atravesado el Darién, 68% venezolanos.

Esta tragedia geopolítica necesita un relato y ahí entra la narrativa perfecta: desprestigiar a las élites, culpar al capitalismo y a la democracia “fallida”, y ofrecer a cambio la ilusión de riqueza sin trabajo, dinero sin alma y orden sin justicia. El crimen organizado hace el resto: garantiza servicios a cambio de impunidad.

La pregunta no es que hacen los nuevos inversionistas, es: ¿qué está haciendo cada uno de los latinoamericanos? ¿Dónde están los líderes empresariales, políticos, sociales y religiosos para defender la democracia, los principios, la cultura?

Si no se reacciona pronto bajo una y única fuerza democrática el precio no será solo económico o político: será la pérdida del alma democrática y de libertad.