El economista y blogger Simon Wren Lewis escribió recientemente sobre el auge de los partidos extremistas en Gran Bretaña y Holanda. Tal como lo señaló, de cierta forma no debería resultar sorprendente. Holanda, en particular, tiene el tipo de Gran Pacto con el que sueña la página editorial de The Washington Post; un gobierno de unidad nacional comprometido con la austeridad fiscal.
Es como si el senador Harry Reid, John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, y el presidente Obama hubieran acordado implementar en Estados Unidos el plan fiscal Simpson Bowles, con algunos recortes adicionales iniciales también incluidos en el pacto. Y ésta es la cosa: no está funcionando. Entonces, lo que se tiene es una población frustrada que no encuentra políticos “respetables” dispuestos a desafiar a la fallida ortodoxia.
“Entonces, en Holanda y en todas partes de Europa”, escribió el Sr. Wren Lewis, “en la cuestión sobre la estupidez de la política fiscal procíclica, los puntos de vista de los políticos de extrema izquierda o derecha son los únicos que se comparan con los de la mayoría de los macroeconomistas. Dadas las consecuencias sociales, económicas y políticas de la caída en los salarios reales y el creciente desempleo, que la austeridad fiscal sólo empeora, el estado de las cosas es muy lamentable y más bien peligroso”.
Efectivamente, la última vez que vimos algo así fue en la década de 1930, cuando todos los grandes y buenos se unieron en defensa del estándar oro; eso no terminó bien.
También, el Sr. Wren Lewis aludió a la extraordinaria falta de firmeza del Partido del Trabajo (PT) de Gran Bretaña, que consistente y deprimentemente se ha mostrado indispuesto a desafiar las premisas básicas del Primer Ministro, David Cameron, y del ministro de Economía y Hacienda, George Osborne.
Pero mis ideas corrieron por otro canal. Desde que hizo impacto la crisis financiera, el gobierno en Holanda ha sido todo lo que podría querer la ‘Gente Muy Seria’ del mundo: todo el centro político comprometido con ‘Hacer Lo Correcto’, y de hecho haciéndolo muy vigorosamente. Mientras tanto, justo al sur yace otro país con políticas disfuncionales, tan amargamente dividido que es como si sus políticos hablaran distinto idioma porque, bueno, porque así es.
Entonces, ¿cómo se comparan sus desempeños en los últimos años?
Me alegra que lo preguntaran:
• Deuda pública como porcentaje del producto interno bruto (PIB) a finales de 2011:
Bélgica: 97,9
Holanda: 65,0
• Cambio en el balance estructural, 2007 a 2013:
Bélgica: -1,6
Holanda: -0,1
• Cambio en la tasa de desempleo, 2007 a 2013:
Bélgica: + 0,5%
Holanda: +2,7%
• Tasas de interés de largo plazo, julio de 2013:
Bélgica: 2,54%
Holanda: 2,03%
Sí, Bélgica está pagando una tasa de interés ligeramente más alta, pero no mucho mayor desde que el Banco Central Europeo empezó a hacer su trabajo como prestamista de última instancia. Y en general, es difícil escapar de la impresión de que a Bélgica le ha ido mejor con su parálisis política que a Holanda con su unificada y efectiva determinación por hacer exactamente lo equivocado.