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Analistas 23/02/2014

Tratando con molestos economistas progresistas

La República Más

Jonathan Gruber está enojadísimo, y ya no se va a quedar callado.

En un artículo reciente para The New Republic, el eminente economista de la salud y arquitecto de la reforma sanitaria escribió sobre su fastidio con Casey Mulligan, quien tergiversó la visión del Sr. Gruber, y también la mía, en una columna de Internet publicada por The New York Times a principios de mes.

El Sr. Gruber tiene razón en estar enojado: fue una columna vergonzosa, engañosa. Pero creo que deberíamos ponerla en el panorama general: el mito duradero del estúpido economista progresista.

Entonces, con respecto al Sr. Mulligan, un economista de la Universidad de Chicago: tal como lo documentó Gruber, sacó múltiples engaños en su columna, afirmando que cosas que él escribió eran conclusiones de un informe reciente de la Oficina Presupuestaria del Congreso (CBO, por su sigla en inglés), cuando en realidad no lo eran; eran opiniones propias del Sr. Mulligan, sacadas de … umm, sacadas de la nada, que proyectó en la oficina presupuestaria para hacer que parecieran con autoridad.

Más allá de eso, el Sr. Mulligan dijo a los lectores que el Sr. Gruber y yo somos demasiado tontos o cobardes para admitir que los desincentivos para trabajar creados por algunos aspectos de la Ley de Servicio Médico Accesible sí imponen costos económicos en Estados Unidos.

Se sospecha que el Sr. Mulligan de hecho no leyó un par de artículos que fueron referidos en su columna. Si lo hubiera hecho, hubiera encontrado lo siguiente, de una columna de opinión publicada en The Los Angeles Times por el Sr. Gruber: “El CBO también proyecta disminución de trabajo por individuos que reducen sus horas o evitan ascender laboralmente porque no quieren perder elegibilidad para Medicaid, o porque no quieren ganar tanto en salario y que terminen perdiendo créditos fiscales para ayudar a pagar primas de seguro. Al contrario del abandono voluntario de trabajo, este segundo tipo de reducción de trabajo conllevaría distorsiones económicas reales y sería un costo, no un beneficio”.

Y esto de mi columna en The New York Times del 6 de febrero: “Solo para ser claro, la pronosticada caída en el largo plazo de horas trabajadas no es algo bueno del todo. Los trabajadores que optan por pasar más horas con su familia ganarán, pero impondrán cierta carga en el resto de la sociedad, por ejemplo, pagando menos en impuestos a la nómina y el ingreso. Así que en el Obamacare hay cierto costo más allá de los subsidios al seguro”.

Así que ambos admitimos que hay efectos de incentivos y que tienen un costo; pero los dos sostenemos con bases cuantitativas que el costo no es muy grande. Difícilmente el liberalismo doctrinario que el Sr. Mulligan pensó haber visto.

Abordemos un punto más amplio. Lo que se observa en esta columna particular del Sr. Mulligan es el mismo mito conservador que veo todo el tiempo, en muchos contextos, sobre los economistas progresistas.

Dice así: los conservadores, en general, y los economistas conservadores, en particular, a menudo tienen una visión muy estrecha de lo que es la economía, principalmente la oferta, la demanda y los incentivos. Cualquier cosa que interfiera con el sagrado funcionamiento de los mercados o que reduzca el incentivo para producir debe ser algo malo; cada vez que un economista progresista apoya políticas que no coinciden perfectamente con esta ortodoxia, debe ser porque no tomó Principios de Economía. Y los economistas conservadores están tan seguros de esto que no hay forma de hacer que se molesten en de hecho leer lo que escriben los progresistas; al primer indicio de desvío del laissez-faire, dejan de poner atención y empiezan a debatir teniendo en mente a los estúpidos progresistas, y no a los verdaderos economistas que hay.

Como resultado, muchos conservadores parecen totalmente incapaces de aceptar la noción de que gente como el Sr. Gruber y su seguro servidor pudiéramos entender Principios de Economía, pero también tienen buenos motivos para creer que necesitamos ir más allá de ese punto.

Sobre la cuestión del servicio médico: sí, hay efectos de incentivos; como los hay en todos los seguros, por cierto. Pero también hay buenos motivos para creer que hay una imperfección de mercado importante en forma de bloqueo laboral (cuando los empleados se sienten atrapados en sus trabajos porque no están seguros de que puedan recibir seguro médico subsidiado si se van a otra parte) y que incluso aparte de esto, expandir el seguro médico tiene importantes beneficios que deben sopesarse contra cualquier costo. Todo eso está, en breve, en los dos artículos que Mulligan denunció, y con más detalle en nuestros demás escritos. Pero tal como sucede muchas veces, los conservadores desarrollan problemas de comprensión de lectura cada vez que surgen este tipo de cuestiones.

He encontrado respuestas similares en muchos otros temas. ¿Está diciendo que el gasto deficitario es útil en una economía deprimida? De hecho debe estar diciendo que los déficits y los gobiernos más grandes son siempre buenos, lo que es una estupidez, jajaja. ¿Está diciendo que incrementar los beneficios de desempleo en una economía con limitaciones de demanda puede crear empleos? Pero alguna vez también dijo que el seguro de desempleo puede elevar la tasa natural de desempleo, así que usted es un estúpido, jajaja.

Bueno, alguien está siendo estúpido, en cualquiera de los casos.

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