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Analistas 30/06/2015

Los orígenes del “econoblogueo”

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En mi caso, empecé a escribir en Internet en 1996, cuando Michael Kinsley, editor fundador de Slate, me convenció para que escribiera una columna mensual. Seguía siendo una columna de escritura tradicional; las restricciones de longitud eran menos rígidas, la edición menos entrometida y la gratificación menos postergada que en los medios impresos, pero pese a ello seguía siendo relativamente anticuada. Sin embargo, me acostumbró al formato en Internet. Después, vino la crisis financier de Asia. Todo mundo estaba luchando para encontrarle sentido a lo que pasaba, y tanto los eventos como las nuevas ideas llegaban con demasiada rapidez para que las publicaciones tradicionales siguieran el paso. Así que empecé a colgar pequeños ensayos, ideas y modelos en mi propia página del MIT que todavía existe (web.mit.edu/krugman/www). No estaba usando software de blogueo; simplemente subía cosas y ponía hipervínculos en la página. Pero efectivamente fue una forma de bloguear, y resultó ser que mucha gente lo leía. Ahí fue cuando publiqué mis esfuerzos iniciales por crear un modelo de trampa de liquidez y donde trabajé mis ideas sobre la macroeconomía y más. Y todo parece indicar que la mayoría de los hipervínculos sigue funcionando.

Otra gente hacía cosas similares. El economista Nouriel Roubini llevó la discusión al siguiente nivel al crear una página de Internet dedicada a la crisis financiera asiática (que parece haber desaparecido), que hizo de sitio de compendio y aprobación para gran parte del trabajo interesante sobre el tema. Entonces, para finales de la década de 1990, buena parte de la discusión importante sobre macroeconomía y finanzas internacionales ya se estaba dando en Internet, saltando los canales tradicionales.

Un blog de verdad llegó mucho después, cuando me di cuenta que quería un lugar para explorar los antecedentes detrás de mis columnas para el New York Times. Después, The Times me agregó una cuenta de Twitter (cosa de la que ni siquiera me enteré hasta que Andy Rosenthal, editor de la página editorial, casualmente mencionó que tenía 600,000 seguidores). Y aquí estamos ahora.

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