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En el mundo actual, muchos gremios, asociaciones, gobiernos, líderes sociales, políticos,
instituciones académicas, religiosas y culturales hablan de que estamos viviendo un tiempo
de crisis. En este contexto, es importante precisar qué se entiende por crisis. Esta hace
referencia a una situación compleja, difícil e inestable que se presenta en un tiempo
determinado. También puede involucrar circunstancias de carencia, de escasez, de que algo
nos falta, y eso desencadena una crisis. Las crisis nos desestabilizan, nos ponen en alerta y
nos generan diversos tipos de emociones que afectan nuestra cotidianidad y hasta la forma
en cómo vemos y asumimos el mundo en el momento en que las vivimos. Las últimas
décadas de esta aldea global han estado marcadas por crisis (financieras, políticas,
climáticas, terroristas, de salud …), afectando de una u otra manera, desarrollo humano y
social.
Las crisis forman parte de toda vida humana. Se pueden dar con mayor o menor frecuencia,
con mayor o menor intensidad, con mayor o menor duración, pero tarde o temprano
aparecerán. A lo largo de nuestra existencia atravesamos crisis que nos ponen a prueba y
nos confrontan con nuestras limitaciones, alteran nuestra seguridad, trastocan nuestros
proyectos, contrarían nuestros deseos, destruyen nuestras expectativas o que pueden llegar
incluso a alterar la idea de quienes somos y de nuestro papel en el mundo. Incluso, a veces
las crisis nos llevan a replantarnos el sentido que creíamos tenía nuestra vida. Es decir, nos
hacen reformular qué es lo más importante y significativo que nos motiva a vivir la vida
que tenemos.
Sin embargo, las crisis producen a la vez esperanza con soluciones para el cambio hacia
una mejor calidad de vida. El ser humano mantiene la esperanza sobre sí mismo, sobre su
capacidad de superar las dificultades y trascender, y que, a pesar de todo, la vida es digna
de ser vivida. Las situaciones críticas pueden suponer la paradoja de la limitación,
simultáneamente al surgimiento de nuevas posibilidades y capacidades. Lo más importante
es poder aprender a gestionar las crisis, es decir a tener las formas y actitudes más
adecuadas para hacerles frente como una oportunidad de crecimiento y trascendencia de la
propia existencia. Así también las experiencias de crisis se convierten en una oportunidad
de aprendizaje y reflexión, que permite desarrollar nuevas formas de enfrentar la vida, de
existir y de encontrar nuevos sentidos. La teoría del caos sugiere que, “en vez de resistirnos
a las incertidumbres de la vida, lo que deberíamos hace es aceptarlas…para que desde allí
surja la creatividad”.
Un concepto interesante para introducir en la gestión de las crisis es el de resiliencia, es
decir, la capacidad para afrontar y recuperarse ante una crisis sufrida, adaptándose al nuevo
entorno. La resiliencia no es sólo cuestión de resistir o de sobrevivir sino de salir
fortalecido, de aprovechar positivamente el evento adverso y sacar a relucir potencialidades
y fortalezas que de no haberse producido la dificultad no se habrían considerado. La
resiliencia obliga a desarrollar recursos para afrontar la incertidumbre propia de la crisis.
Estos recursos no son más que el potencial convertido en talento.
Desde el campo educativo podemos extraer muchos ejemplos y aprendizajes que nos ha
dejado la crisis de la pandemia. Se aceleraron tendencias y se aprovecharon los cambios
tecnológicos, se crearon nuevas dinámicas pedagógicas para llegar a los estudiantes, se
modificaron los horarios y formas de trabajo, se orientaron los esfuerzos de gestión hacia
una educación digital, entre otros. En este orden de ideas, podríamos decir entonces que las
crisis son parte de la vida. Cada uno decide cómo afrontarlas, claro está que, si lo hacemos
desde una visión positiva y teniendo en cuenta los aprendizajes que de allí se deriven,
estaremos tomando el camino más sano y edificante. También es un deber educativo
preparar a los individuos para enfrentar las crisis con actitudes resilientes, con flexibilidad,
creatividad y tenacidad, con capacidad de reinventarse, de aprender a aprender (y a
desaprender) y de actualizarse.