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Analistas 25/06/2025

¡Tenemos que parar!

Maritza Aristizábal Quintero
Editora Estado y Sociedad Noticias RCN

El atentado contra Miguel Uribe no es solo un ataque a una figura pública. Tampoco es una simple afrenta contra un precandidato presidencial. Es una herida abierta en el corazón de la democracia. Una advertencia brutal que nos exige detenernos, respirar hondo y preguntarnos con seriedad y valentía: ¿hacia dónde vamos como país?

Porque este atentado no se trata únicamente de Miguel. Es un intento por silenciar ideas, apagar voces, infundir miedo. Es el síntoma más claro de una enfermedad que vuelve a incubarse en el alma de Colombia: la violencia política. Esa que ya conocemos, que ya sufrimos y que durante décadas nos arrojó a la oscuridad del miedo, el exilio, el asesinato selectivo, la censura.

El atentado contra un líder opositor, que ha ejercido su liderazgo con firmeza y convicción debería sacudirnos a todos. Porque si algo nos une como sociedad, más allá de nuestras diferencias políticas, es el derecho a vivir, a opinar y a disentir. Y si nos arrebatan eso, ¿qué nos queda?

Es momento de hacer un alto. De dejar atrás la inercia de los discursos incendiarios, de la retórica de los adversarios que graduamos de enemigos, del odio que se alimenta en redes sociales y termina contaminando el alma. Es hora de bajar el tono, de despersonalizar el debate público, de recordar que la política no es una guerra.

Los discursos cargados de odio, la estigmatización sistemática del opositor, los señalamientos desde el poder a quienes piensan distinto, todo eso construye un clima de tensión que le allana el camino a la muerte. No basta con rechazar los atentados. Hay que asumir la responsabilidad y esa responsabilidad empieza por el Presidente de la República.

El Gobierno Nacional no puede seguir en la zona cómoda de la ambigüedad. Colombia necesita un liderazgo que defienda la vida y las instituciones sin cálculos políticos. Que proteja a sus opositores con la misma vehemencia con la que protege a sus aliados. Porque la democracia no se mide por cómo tratamos a quienes nos aplauden, sino por cómo garantizamos los derechos de quienes nos critican.

Este atentado es, también, un llamado urgente a nosotros como sociedad civil. No podemos resignarnos. No podemos volver a los años en los que los líderes caían asesinados y solo nos quedaba encender una vela en su nombre. Debemos ser una ciudadanía valiente, que se pare de frente a la violencia con dignidad y sin dobleces. Porque si no lo hacemos hoy, mañana nos atormentará el eco de lo que no defendimos.

Colombia no puede seguir viendo su futuro en el espejo del pasado. No podemos permitirnos regresar al lugar del que tanto nos costó salir. Es ahora, y no después, cuando debemos elegir si seguimos alimentando la confrontación o si nos unimos, con nuestras diferencias, a proteger lo que con tanto esfuerzo hemos construido: una democracia imperfecta, sí, pero viva.

Hoy, más que nunca, necesitamos esa unidad que no es unanimismo, sino respeto. Esa memoria que no sirve para quedarnos anclados en el dolor, sino para que el horror no se repita.

Que el atentado contra Miguel Uribe nos sacuda. Que sea un antes y un después. Un punto de inflexión que nos despierte del letargo y nos convoque, con toda las fuerzas y el coraje a defender la vida, la democracia, la palabra y el derecho sagrado respetarnos, aunque pensemos diferente.

¿De qué lado está el Presidente? La respuesta, en este punto, es redundante… la pregunta ahora es para nosotros, ¿de qué lado estamos y hasta dónde llegaremos para defender la institucionalidad?

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