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Les voy a hablar de la mala hora de la derecha en Colombia, que no es una crisis de nombres, sino de rumbo. Mientras la izquierda parece haber entendido que para sobrevivir debía alinearse, la derecha sigue entregada al vicio que mejor domina: la vanidad.
Hay liderazgos, sí, gente buena y preparada, pero que, al mismo tiempo, carece de la mayor virtud que exige hoy la política: la humildad. Esa conciencia de entender que cuándo una candidatura no es viable sumar significa dar un paso al costado. Vamos por partes, o por pedazos, porque esto se desbarató.
Arranquemos con el Centro Democrático, que nació con un aura de disciplina y lealtad, terminó convertido en un campo de batalla. Lo del mecanismo para escoger candidato no fue una en encuesta, sino una carnicería. Nadie confía en nadie. Cada aspirante se comporta como si fuera el elegido y los demás fueran intrusos. Lo triste es que, después del asesinato de Miguel Uribe, el partido tuvo la oportunidad de responder con unidad y grandeza y eligió la soberbia.
El Partido Conservador parece un club de notables disputándose el control de una herencia menguante. Las tensiones entre quienes respaldan a Efraín Cepeda y los que impulsan a Felipe Córdoba solo confirman que el azul se destiñó. Y no por ideología, sino por arrogancia.
La Fuerza de las Regiones, que prometía ser la bocanada de aire fresco, se fracturó antes de empezar. Héctor Olimpo pidió aplazar la encuesta interna y Juan Guillermo Zuluaga exigió mantenerla, en un cruce de cartas que reveló lo peor: ni siquiera se hablan.
Cambio Radical sigue esperando la decisión de su jefe natural, Germán Vargas Lleras, como si el reloj político estuviera detenido en 2018. No hay señales de renovación mientras parecen atrapados en su propia estructura de obediencia.
Y en paralelo, la pelea que más ruido hace no es ideológica, sino personal: la de Vicky Dávila con Abelardo de la Espriella. Un duelo que empezó como debate y terminó como espectáculo, reflejo de una derecha que perdió no solo la brújula, sino también el pudor. En lugar de resolver las preguntas que ha planteado Vicky, muchos prefieren desacreditarla o ridiculizarla, como si silenciar voces críticas fortaleciera el proyecto político. La derecha mediática se devora a sí misma, mientras la izquierda consolida su relato.
El contraste es brutal. Mientras los sectores progresistas ya tienen un camino más o menos definido entre Roy Barreras e Iván Cepeda, el resto del espectro opositor sigue estancado en las peleas de egos. El país vive un momento crucial, pero la derecha actúa como si aún tuviera todo el tiempo del mundo. Y, lamento notificarles que no lo tiene.
La derecha está sin norte, atrapada en sus egos, dividida en minúsculos reinos sin causa común. Y lo más preocupante es que parece no darse cuenta. Colombia vive una coyuntura que exige autocrítica, visión y liderazgo, pero el egoísmo ha reemplazado la estrategia.
Hay que sacudirse, depurarse, callar y si es necesario renunciar. Encontrar un camino, porque si hay algo que irrita más que el dogmatismo de la izquierda, es la soberbia de la derecha y todos aquellos que se presentan como indispensables.
La derecha vive su mala hora. Pero aún podría ser, si logra reconocer sus heridas y domar su soberbia, el principio de su redención.
Lo bueno de este panorama es que los gritos de Petro en su cuenta de X -o en sus desatinados discursos- ya no los escucha nadie. Su voz empieza a desaparecer
Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre
“Aquellas empresas que se relajen al mundo menguante de los bienes y servicios quedarán irrelevantes. Para evitar este destino, debes aprender a montar una experiencia rica y cautivadora”. B. Joseph Pine II