Gaza no es su problema, Presidente, Colombia sí

El presidente Gustavo Petro ha encontrado en la tragedia de Gaza una causa perfecta para sus discursos. Pero mientras el Mandatario se desvela por un ejército internacional para liberar a Palestina, su propio país se desmorona sin liderazgo, sin rumbo y sin respuestas. Gaza no es su responsabilidad; Colombia sí. No sé si no se los han reportado, si ha decidido ignorarlos, o si el ego sólo le permite ver problemas convenientes a las diatribas ideológicas, pero por cualquiera que sea la razón, acá lo actualizo con nuestros problemas, los de su país.

Mientras el primer mandatario viaja y denuncia crímenes de guerra en foros globales, hay 425 municipios bajo riesgo electoral por el asedio de los violentos. En lo que va de su Gobierno, 590 colombianos han sido secuestrados, 788 niños fueron reclutados; y solo en 2025 han ocurrido 59 masacres, 117 líderes sociales han sido asesinados y más 33 firmantes de los acuerdos han perdido la vida. En regiones como Cauca, Arauca, Valle, Antioquia, Bolívar y Chocó, las disidencias, el ELN y el Clan del Golfo han recuperado control territorial.

En medio de esa violencia interna, el gobierno ha desmantelado moral y operativamente a las Fuerzas Militares. Los helicópteros MI-17 están sin mantenimiento por contratos improvisados, los Black Hawk han sido derribados en ataques que le costaron la vida a decenas de uniformados, y se han registrado más de 30 asonadas contra la Fuerza Pública en los últimos meses. Hay soldados, policías y funcionarios del CTI secuestrados, olvidados por un gobierno que no los menciona, no los busca, no reclama por ellos.

Por el escándalo de corrupción en la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo, siete altos exfuncionarios están detenidos, dos prófugos y más de una decena vinculados en un desfalco vergonzoso.

Pacientes mueren sin atención médica mientras el sistema de salud colapsa; jóvenes abandonan sus estudios porque el Icetex les recortó los créditos; familias pierden sus viviendas soñadas porque nunca les desembolsaron los subsidios de “Mi Casa Ya”; atletas ven morir su carrera porque no hay presupuesto para el deporte. Y la vía al Llano, que conecta siete departamentos, lleva más de un mes cerrada.

Como si fuera poco, el país retrocede en la lucha contra las drogas: más de 300.000 hectáreas de coca nos devuelven al mapa del narcotráfico mundial, y Colombia vuelve a ser un país descertificado.

En las cárceles, el horror también avanza: 35 guardianes del Inpec han sido asesinados este año. En los municipios, jóvenes políticos han sido asesinados o secuestrados y eso sin contar el magnicidio de un candidato presidencial.

Colombia vive una crisis múltiple: de seguridad, de confianza, de rumbo. Pero el presidente parece vivir en otra dimensión. Habla de ejércitos internacionales, mientras el suyo propio está desmoralizado; se indigna por injusticias ajenas, mientras ignora las propias.

El deber de un jefe de Estado no es salvar al mundo, sino gobernar el país que lo eligió. Petro puede seguir buscando aplausos en la ONU o titulares en la prensa extranjera, pero la verdadera prueba de su liderazgo está aquí, en la Colombia real: la que sufre, la que resiste, la que espera un mandatario que note lo que pasa en sus propias fronteras en vez de voltear la mirada a lo que hay más allá.