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Con la llegada de Gustavo Petro a la Presidencia de Colombia se completará un grupo de gobernantes con afinidades ideológicas en los cuatro países que integran la Alianza del Pacífico (AP). En Chile Gabriel Boric, en México Andrés Manuel López Obrador y en Perú Pedro Castillo.
Alcanzaron el poder con discursos populistas de cambios internos y se encontraron con un mundo interconectado, con una realidad que impide estar ajeno a lo que sucede: crisis logística internacional, invasión rusa a Ucrania, más tensiones comerciales, volatilidad cambiaria y la posibilidad de una recesión global a la vuelta de la esquina.
Esa situación constituye una oportunidad, la posibilidad de darle un nuevo aire a la Alianza del Pacífico, retomar el dinamismo de sus primeros años, entender esa interconexión mundial, admitir que la mejor manera de protegerse y sacar provecho de las coyunturas mundiales no es escondiendo la cabeza entre la arena como los avestruces.
La AP es una oportunidad para estrechar relaciones estratégicas, aprovechar las sinergias de economías complementarias que pueden contribuir a una mayor productividad, abrir mercados, consolidar una fuerza integrada con capacidad internacional de negociación y promover sistemas articulados de comercio, inversión y cooperación para el desarrollo, el único mecanismo capaz de crear riqueza, empleo y equilibrio financiero.
Más que un paquidermo de integración, lo que estos presidentes heredaron es un mecanismo de integración moderno, versátil y con credibilidad, con capacidad de interactuar y negociar con socios como Estados Unidos, líder en el continente y el mayor aliado de los cuatro países. También con la Unión Europea o China u otros bloques regionales del mundo. Su reconocimiento es global.
En los últimos tres años el mundo cambió. Antes de la pandemia había cierta incertidumbre sobre si la globalización se enfrentaba a un problema o a su extinción, pero, según un análisis de The Economist, la crisis de la covid, la guerra en Ucrania y sus impredecibles consecuencias, desencadenaron un nuevo formato de capitalismo global sustentado en la seguridad, donde se transforman las cadenas de suministro, con altos inventarios para afrontar la escasez y la inflación y movimientos estratégicos de las empresas en la búsqueda de mejores condiciones.
Este nuevo tipo de globalización tiene que ver con la seguridad, no con la eficiencia: prioriza hacer negocios con personas en las que puede confiar, en países con los que su gobierno es amigo. Un nuevo equilibrio entre eficiencia y seguridad.
La AP se ha caracterizado por ser abierta, flexible y pragmática y en las últimas reuniones del grupo los que serán socios de Petro han confirmado el compromiso de avanzar en la libre movilidad de bienes, servicios, capitales y personas: el espíritu permanece, sin embargo, necesita reanimarse.
Es hora del pragmatismo, de las alianzas, del comercio abierto pero cercano, de compartir experiencias y proveeduría con los socios, encontrar los caminos que nos permitan mejor acceso al mayor comprador del mundo, Estados Unidos, que además acaba de proponer una Alianza para la Prosperidad Económica de las Américas porque para ellos América Latina es el socio que necesita.
Y la AP debería tomar las riendas de este proceso, son cuatro países con una injerencia importante en la región, están llamados a liderarlo y aprovechar la empatía de sus cuatro gobernantes.