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A Bolívar no le caía bien el embajador de los Estados Unidos, William Henry Harrison, porque le decía lo que no quería oír: que se estaba convirtiendo en un dictador.
Por eso, el Libertador lo declaró persona non grata y en una carta al representante de Su Majestad británica se le quejó diciendo que los “Estados Unidos parecen destinados por la providencia a plagar a América con tormentas en nombre de la libertad”, frase que después se volvería una de las favoritas en el repertorio retórico de la izquierda latinoamericana.
Pero Harrison, quien llegaría a ser presidente de los Estados Unidos durante ocho días (se murió de una gripa que adquiriría en la ceremonia de posesión), tenía razón. Bolívar quería ser un dictador, por eso el 27 de agosto de 1828 profirió el “Decreto Orgánico de la Dictadura de Bolívar No.1” que concentraba todos los poderes del Estado en cabeza suya. Más claro no canta un gallo.
Así empezaron más o menos las relaciones entre Colombia y su vecino del norte: con reclamos de los gringos porque hacemos cosas que no debemos hacer y nosotros poniéndonos bravos porque nos reclaman las cosas que nosotros mismos sabemos que no debemos hacer, pero que de todas formas seguimos haciendo.
Esto aplica inclusive para el doloroso episodio de Panamá. A nosotros no nos quitaron el territorio, lo perdimos. Convencimos a los gringos de hacer un canal interoceánico por el istmo cuando ellos lo querían hacer por Nicaragua. Nos pidieron garantías de que podían operarlo sin temor a las guerras civiles en las cuales nos enfrascábamos con cotidianidad. Les dijimos que sí en un tratado, ellos lo ratificaron y después nosotros les pusimos conejo. Luego pasó lo que pasó.
Nos demoramos casi 20 años en restablecer relaciones hasta que Marco Fidel Suárez en 1919 pasó la página y anunció el respice polum. De esto hace más de un siglo y Colombia ha salido ganadora. La “danza de los millones” que sirvió para modernizar al país, las inversiones en hidrocarburos, los generosos créditos de la posguerra, el Pacto del Café, la Alianza para el Progreso, la ayuda militar contra la insurgencia, el Plan Colombia, las preferencias arancelarias. El balance para el país de la relación bilateral difícilmente es negativo.
Hasta que llegó Petro con su trasnochado antiyanquismo a provocar a Trump, que tiene piel de mariposa. En vez de hacer lo que hacen otros izquierdosos, que le sobaron el lomo, al de acá le pareció buena idea tomar un megáfono para invitar a la insurrección a las fuerzas armadas gringas. Así como Caro y Marroquín calibraron mal a Roosevelt en 1903, Petro, obsesionado con su aspiración de ser líder cósmico, también nos puede llevar al despeñadero.
Por poco tiempo que le falte es demasiado si lo que quiere es incinerar una relación bilateral que pasa por su peor momento en un siglo. Los demagogos rara vez acaban sufriendo el daño que causan. Dentro de lo mucho que tocará reconstruir a partir de agosto del año entrante será nuestro lugar privilegiado en la agenda del vecino que, gústenos o no, seguirá siendo nuestro polo norte por bastantes años más.
Lo bueno de este panorama es que los gritos de Petro en su cuenta de X -o en sus desatinados discursos- ya no los escucha nadie. Su voz empieza a desaparecer
Si la fuerza laboral se reduce, la tasa cae aunque el país no esté generando trabajos nuevos o decentes. Eso es lo que vivimos. La Tasa Global de Participación descendió hasta 63.9% en octubre
“Aquellas empresas que se relajen al mundo menguante de los bienes y servicios quedarán irrelevantes. Para evitar este destino, debes aprender a montar una experiencia rica y cautivadora”. B. Joseph Pine II