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Por ahí andan diciendo que no entendemos nada. Que los de la oposición al Gobierno estamos obsesionados con el “cómo” y no le paramos bolas a los “qué”. Con el cómo acabar con la pobreza, cómo dar salud y educación y cómo garantizar la seguridad. O con el cómo de las malas formas profesionales o personales que exhibe el presidente, o el cómo de tener a un presidente que no se comporta como se comportan los presidentes.
Estas son preocupaciones tecnocráticas, dicen. Burguesas. Simplemente superficiales. Desconectadas de la realidad. Porque la gente no está preocupada con los cómo sino con los qué. No importa cómo dirige el presidente su consejo de ministros y si estaba borracho o no. Cómo conduce las relaciones internacionales perdiéndose por días en Manta sin que nadie sepa, tampoco. Cómo consiente sus caprichos contratando a lo más repugnante de la ralea política, menos. Lo que importa es el qué. Es la continuidad o el cambio en los “temas estructurales como la equidad en materia de derechos laborales, pensiones, salario mínimo, desempleo, tierras, etc.”.
La distinción entre el “qué” y el “cómo” funciona como trampa retórica. Es el Petro como paladín justiciero y no como frío burócrata empujando papel lo que explica su popularidad (relativa, por cierto, porque 35% no es para prender voladores).
No obstante, la prestidigitación verbal se agota rápidamente por una sencilla razón: el qué es el cómo. La forma es el fondo y viceversa. Personificar la preocupación con los desposeídos, o con los olvidados, o con las negritudes, o con las minorías, llorando sus cuitas, granjea apoyos, sin duda. Pero duran poco porque la rabia que se pretende canalizar hacia los esclavistas-oligarcas pronto se agota cuando quien debe proveer las soluciones, que es el presidente, no las materializa.
Los colombianos no son tontos y saben muy bien quién tiene la sartén por el mango. Cuando el “qué” no se traduce rápidamente en el “cómo” toda la verborrea que despliega Petro se esfuma. Puede que en el mundo del “qué” la salud sea “un derecho y no un negocio”, como lo regurgitan los esbirros, pero en el mundo del “cómo” esa falsa dicotomía no funciona. Negocio o no, a la gente antes la atendían y ahora no. Antes no tocaba sacar del bolsillo dinero para pagar antibióticos, ahora sí. Lo mismo pasa con la seguridad, que no es para que los ricos vayan a las fincas, sino para que no maten al campesino o no violen a sus hijas.
El “qué” como sinónimo del resentimiento no llega muy lejos. Proponer cambios grandiosos en las estructuras sociales sin pensar bien la manera cómo se pueden llevar a cabo solo lleva a la frustración. Y los “cómo” empiezan por las formas. Hasta para destruir un país, dice el chiste venezolano, hay que madrugar. La revolución no la hacen los borrachos, ni los impuntuales ni los indisciplinados.
En eso, por lo menos, somos afortunados los colombianos: llevamos tres años del Gobierno de los malos malos, o sea de los petristas, que son malos para hacer el mal. Porque si hubieran sido como los chavistas, buenos para hacer el mal, otra historia estaríamos contando.
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