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Analistas 28/08/2019

La preocupante división del Ejército

“El Ejército de hablar inglés, de los protocolos, de los derechos humanos se acabó. Acá lo que toca es dar bajas. Y si nos toca aliarnos con los Pelusos nos vamos a aliar, ya hablamos con ellos, para darle al ELN. Si toca sicariar, sicariamos, y si el problema es de plata, pues plata hay para eso”. Según la revista Semana esto lo escucharon siete testigos de boca del general Diego Villegas, comandante de la fuerza de tarea Vulcano, en una reunión celebrada el 26 de enero de este año en Cúcuta.

No sé si esta frase -que parece sacada de una narconovela- sea verídica. Sin embargo, lo que sí parece cierto es la creciente división en las fuerzas militares entre aquellos que quieren un Ejército bilingüe, respetuoso de la ley y preparado para desplegarse en misiones humanitarias internacionales, y aquellos que añoran al Ejército de Rito Alejo del Río circa 1997.

La anterior cúpula militar, aquella dirigida por el general Alberto José Mejía, uno de los oficiales más sobresalientes en la historia de la institución, tuvo la grandeza de sentarse con sus enemigos a hacer la paz. En realidad, hay quienes pensamos que fue más que eso: tuvo la grandeza de permitirle a sus enemigos una rendición digna, donde pudieran entregar las armas sin humillación y con perspectivas de una nueva vida. ¿Qué más simbólico de un triunfo que la custodia por el Ejército de las zonas veredales donde se concentraron las Farc después de la entrega de las armas?

Pero no todos lo entienden así. Cincuenta años de conflicto no trascurren en vano y las heridas van muy profundo. Algunos oficiales no querían JEP sino justicia del viejo testamento para sus enemigos. El problema es que la nueva cúpula, aquella que se instaló en diciembre, representa la antítesis de la anterior y por eso, tal vez, es que fue escogida. El desprecio con el cual el general Villegas -quien ¡ojo! es el comandante del teatro de operaciones más crítico del país- supuestamente se refiere a sus anteriores superiores es alarmante, por decir lo menos.

En todo caso, el responsable final del caos que vive el Ejército es el ministro de Defensa, quien sigue perdido en acción. Esta situación no se resuelve refunfuñando en contra de los medios que se han atrevido a hacerla pública. Puede que el alto mando del momento prefiera un Ejército de chafarotes, sin protocolos ni manuales, donde ser “tropero” sea más importante que hablar inglés; pero nunca será aceptable un Ejército que se alíe con los Pelusos para combatir al enemigo, sea cual fuere. Tampoco será aceptable un Ejército de pistoleros que asesine a sus objetivos en los cafés y en los billares. O donde el único rojo bueno sea un rojo muerto.

El presidente Duque debe tomar cartas en el asunto. En las últimas encuestas la imagen del Ejército Nacional, siempre una de las instituciones más prestigiosas, ha empezado a deteriorarse. Todavía se está a tiempo para tomar correctivos antes de que alguna de las ías acabe haciendo un remezón de cúpula por la vía de los expedientes judiciales.

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