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Analistas 29/03/2023

Golpe blando

Ahora que el gobierno de Petro está haciendo agua debido a su incompetencia y radicalidad nos vienen con el cuentico de que los males que los afligen son producto de una conspiración para adelantar un “golpe blando”, cuyo propósito es la terminación anticipada del mandato presidencial. El que las hace se las imagina, podría decir uno.

La idea no es del todo nueva. La izquierda latinoamericana es experta en asignar responsables de sus propias faltas. Cuando no son las oligarquías, son las élites o los gringos. O los capitalistas o los terratenientes, o los medios o la Iglesia o alguien siempre diferente a ellos mismos.

Esta vez la idea es algo original. Ya los gobiernos que ellos llaman progresistas no son víctimas de cuartelazos militares, como en el pasado. Esos eran los golpes “duros”, o sea los que acababan con bombardeos a las casas presidenciales, detenidos en las caballerizas y comunicados de la Junta.

La estrategia, dicen, ha cambiado. Ahora los golpes “blandos” o golpes “pasivos”, según la creativa descripción del expresidente Samper, son una “nueva y peligrosa estrategia de la derecha en América Latina” para “1. Sembrar desconfianza en la economía. 2. Polarizar la opinión. 3. Desmoralizar la Fuerza Pública, amarrándola. 4. Aislar internacional. 5. Judicializar la política”.

Toda una sofisticada conspiración que tiene solo un pequeño problema: es una fantasía. No hay golpes blandos como no puede haber medio embarazos. O son o no son.

Lo que pasa es que los gobiernos de izquierda en Latinoamérica, nublados por sus dogmas ideológicos y obsesionados con la destrucción de su némesis neoliberal, acaban causando catástrofes sociales. Es lo que ha pasado en todas partes donde gobiernan. En Chile y en Perú con el incapaz de Boric y el remedo de dictador, Pedro Castillo. En Ecuador con Correa, en la Bolivia de Evo y Cía. y, por supuesto, en los casos canónicos de Argentina y Venezuela, en otrora los países más ricos de la región.

Cuando estas debacles se materializan la reacción de los caudillos no es la de corregir el rumbo. La soberbia y la ideología no se los permiten. Si la realidad no se le adapta a la teoría hay que corregir la realidad. El resultado es un caos mayor que, además, suele ir acompañado de una dosis creciente de corrupción y abuso.

Esto, por lo general, los llevan a violar la constitución y las leyes vigentes, lo cual obliga a las autoridades a actuar. Las democracias liberales son sistemas de pesos y contrapesos. El mandato popular no es una carta blanca para hacer lo que se dé la gana. Y la activación de estos mecanismos de control a los excesos presidenciales muchas veces resulta en las sanciones constitucionalmente establecidas, que suelen incluir la remoción del cargo.

Inventarse la amenaza de golpes blandos, pasivos, subrepticios, encubiertos, legalistas (“lawfare” es otra palabra para irse aprendiendo), o como los quieran llamar, para justificar el despotismo es caer en la falacia del espantapájaros. No hay que dejarse llevar por ese camino: en un Estado de derecho nadie está por encima de la ley.

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