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Después de reponerse de tres días de agenda de privada el Presidente de la República envío un X donde referenció una foto de la cultura de Tierradentro (confundiéndola con la de San Agustín) y nos recordó a los colombianos, quien sabe por qué razón, que “no nos descubrieron, nosotros estábamos aquí hace miles de años”.
Uno podrá descartar el trino presidencial como otro ejemplo del desasosiego causado por la resaca. Recordar “lo ancestral”, como suele hacerlo, le debe otorgar alguna especie de bálsamo en los momentos de incomodidad intima.
Sin embargo, el hiper-indigenismo de este Gobierno no se puede tomar a la ligera. No solo se trata de excesos de retóricos bien retribuidos por las comunidades -que lo acompañan fielmente en cuanta marcha, huelga o manifestación convoca- sino que se traducen en instrumentos legales que les otorgan derechos mucho más extensos de lo que su condición de minoría merece. Las Ateas donde se le otorga autoridad ambiental a los cabildos indígenas y sus primas hermanas, las Appas y Zappas, donde se castra la autonomía territorial trasladándola a los grupos de interés afines al gobierno son claras manifestaciones de lo anterior.
Es bien conocida la elefantiasis que han padecido los resguardos indígenas en los últimos años, creciendo hasta acumular improductivamente 30 millones de hectáreas, cerca de 30% del territorio nacional. Si se divide esta enorme extensión entre los 1,9 millones de indígenas que viven en ellos se encontrará que son per cápita los mayores terratenientes del país.
Y quieren más. Más tierras, más presupuesto y más privilegios, todo ante la mirada benevolente del hispterismo chapineruno que pretende expiar los desmanes de la conquista arropándose en un rousseaunismo woke. El sentimiento de culpa por ser mestizos, como somos todos los colombianos, no puede llevar a desconocer la importancia de los habitantes primigenios de estas tierras, pero tampoco a pretender que los que llegaron de afuera, europeos, negros, árabes, gitanos y judíos -esa raza cósmica de la que hablaba Vasconcelos- es de alguna forma intrusa en el territorio.
Fuera de la hipocresía de un personaje que se precia de ser ciudadano italiano, pero que ahora en primera persona afirma que “no nos descubrieron, nosotros estábamos aquí hace miles de años”, lo cierto es que este tipo de discurso divisivo no le sirve sino a los demagogos. Para cuando llegaron los españoles, por ejemplo, las tribus del centro del país estaban siendo desplazadas a la vez por los incas en el sur y por los caribes en el norte, ambos “extranjeros” en el sentido petrista del término.
Hace 10.000 años había en estas tierras unas personas, hace 2.000 otras, hace 500 otras más, hace 200 algunas diferentes y en el último siglo, más o menos las que somos hoy en día, incluidos los Petro de Conza della Campania. Todos somos colombianos y deberíamos tener los mismos derechos y las mismas obligaciones, sin privilegios artificiales y supuestamente reivindicatorios que lo hacen es fragmentar innecesariamente la unidad nacional.
El futuro de estas compañías, y por extensión de buena parte del tejido empresarial latinoamericano, dependerá de su capacidad para construir puentes con las nuevas generaciones
Sin libertad monetaria, no hay integración financiera ni crecimiento posible, no tener mercado bursátil eficiente hace mucho daño
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